Reportajes

EL PODER

EL PODER

El Nacional
SANTIAGO.-
El poder yerra miserablemente cuando olvida las leyes del cambio.

Yerra cuando no se da límites en sus inútiles intentos de perennidad,forzada o no.

El umbral de errores tiene fronteras espacio-temporales que no siempre se ven.

Gobernar es tener visión y si es a largo plazo, mejor.

Una dictadura, por ejemplo, es la amnesia de estas premisas que son demasiado importantes para ser relegadas.

Olvida los fundamentos del juego político y el  de la memoria colectiva.

De ahí que eventos como la “Feria de la Paz y la Confraternidad del Mundo Libre”, organizada por el orgullo ilimitado de un dictador con sentido marcadamente político- ideológico  a un costo altísimo en un país pobre al que se quiere mostrar colmado de recursos y democrático sin serlo para nada, es un error que debilita el poder hasta límites insospechados.

Lo es también el crimen cometido por despecho y orgullo, la matazón que no parte de una visión clara de las nuevas coyunturas internacionales, la represión indiscriminada y los atropellos generalizados a la ciudadanía que sostiene a los gobierno pero no para siempre.

El manejo económico es altamente sensible en los negocios del poder.

Todos esos acontecimientos tuvieron lugar en el país en un lapso corto de tiempo y minaron a un gobierno altamente represivo, asentado en las instituciones nacionales, con poder real pero no absoluto.

El poder absoluto no existe realmente puesto que no hay gobierno de mil años como lo decretara  con ánimo de caricatura trágica el Tercer Reich en Alemania y ni siquiera de la mitad o de un tercio.

El poder desborda sus cauces “naturales” cuando cree que todos los ciudadanos son pasibles de ser adquiridos en el amplio mercado de las oportunidades o en la feria de las ofertas y las demandas.

Una sola voz que se levanta invocando disciplina, ecuanimidad y principios éticos y resulta escuchada puede desmoronar factores de poder que parecían imperecederos.

 El poder se difumina en la distancia cuando se eleva a una distancia que la demandada -y prometida- transparencia no es vista. Queda evidenciado lo turbio y la bipolaridad de las ejecuciones  erróneas de los gobiernos.

Se equivoca si llega a creer que cada uno de sus pasos, en detalle, no son escuchados y seguidos por los ciudadanos no comunes que elaboran ese dossier que derriba murallas de contensión. 

Cuando no entienden que de una crítica aislada puede surgir una bola de nieve de censura de grandes ligas.

Cuando una “inconducta” en el poder pica y se extiende, si no la detiene una mano cuidadosa desde las que han sido llamadas altas esferas, ésta se generaliza y  con ella perfora el blindaje más formidable de ese poder, cual que sea no importa el acero, el lenguaje adecuado, la estructura mental de quien se crea mejor dotado políticamente.

Es verdad que la reacción en cadena existe en el ánimo de los seres humanos y en leyes que no han podido ser escritas todavía pero de las que se sospecha que tienen una potestad como de diosas irreprochables.

Esas posibilidades las enseña la Historia, el ejercicio de la política, la vida diaria, el análisis de coyuntura y todas aquellas “instancias” del  debate nacional y universal.

El poder suele estar alerta al humo inofensivo que desprende el volcán que se creyó apagado.

Lo opuesto es la indefinición o la tragedia en el peor de los casos.

El poder escucha, analiza, discierne sobre lo que con viene.

La sordera que lo protege por un tiempo, se torna en otro en su peor enemigo.

Para enmendar errores, quien lo ostenta tiene que ejercitar lo que casi nadie quiere hacer: echar del lado y de la función pública a quienes defraudan y decepcionan.

O perecer con ellos haciendo valer una lealtad que no le guardaron, que traicionaron la buena fe, en el más crucial de los momentos.

No siempre quienes censuran actos censurables lo hacen por animadversión, por recelo, envidia o por fastidiar a quienes gobiernan.

Hay quienes de buena fe exigen un cambio, al menos de conducción y de conducta, al que tienen derecho los ciudadanos.

La debacle política ha comenzado cuando esas personas, que suelen ser la conciencia de las mayorías y que hablan con el corazón, no son escuchadas y se las maltrata con relativización, la indiferencia, la burla y el menosprecio.

 

foto: Pag16

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