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El que falsificó la firma de Dios

El que falsificó  la firma de Dios

El escritor Viriato Sención publicó en el año 1992 una novela que haría historia y cuyas sucesivas ediciones demostraron que ciertamente sacudió el mundo de las letras e hizo reflexionar a muchos sobre el protervo manejo de ciertos políticos. “Los que falsificaron la firma de Dios”, desde el pistoletazo de salida, estuvo condenado al éxito, a la polémica, y a convertir a su creador en una celebridad en el desabrido y oscuro firmamento literario de Quisqueya. Viriato fue un ave raris: publicó su primer texto pasados los cincuenta años (cervantina circunstancia), y se topó, en el sorpresivo intento, con la diosa fortuna del éxito.

Los que falsificaron la firma de Dios tuvo su historia. Una intríngulis que fascina. En medio de ocasionales tragos de whisky, y teniendo como telón de fondo un terrible invierno o asfixiante verano, Sención me relató los escabrosos y luminosos pormenores que rodearon su creación y su posterior lanzamiento. Como buen novelista, condimentaba lo que contaba con la salsa del suspenso.

Viriato a raíz de publicar su texto engendró enemigos políticos y literarios (estos últimos resultaron los más despiadados y feroces).

Lo vi, cual Aníbal, librar duras batallas contra personajes que querían hacerle miserable la vida. Nunca se le perdonó que sobre la mediocridad se encumbrara con su obra.

Al cerrar la imprenta que regenteaba en Nueva York, con el dinero de la venta y unos rendidos dólares, se decide a sentarse a escribir la novela y hacer un viaje espiritual y sombrío por el mundo político que conocía y por el personaje, -con la fiebre que el entomólogo se acerca al bicho-, que había con detenimiento estudiado: Joaquín Balaguer.
En varios diálogos que sostuve con él, derribó mitos, me aclaró algunas falsas creencias. Me reveló, por ejemplo, que era mentira que Joaquín Balaguer fuese un tipo familiar y apegado a sus hermanas.

En cambio lo dibujó como un ser nebuloso y distante, y me aseguró que sus hermanas le tenían mucho miedo, y que Emma Balaguer se acercó a él para que le ayudara a buscar una forma para romper el hielo. Ahí fue que Viriato le sugirió la creación de la “Cruzada del Amor”.

También me contó la forma en que elaboró la novela. La obra Los que falsificaron la firma de Dios fue escrita, prodigiosamente, a mano. Inclusive en uno de los tantos encuentros con Viriato en su casa de la “Morris Avenue” en El Bronx, me mostró la ventana frente a la cual se sentaba para ir confeccionando los capítulos del texto que provocaría un terremoto político y literario en el país. Antes de su publicación se la leyó mucha gente.

Sención se dejaba mimar por el arte del pulimiento y siempre afirmaba: “No hay que desesperarse, una vez publicada ya la obra es eterna”.

Me relató que cuando le enseñó la novela al escritor y pianista Manuel Rueda éste quedó maravillado, y que el autor de Las metamorfosis de Makandal le organizó una cena e invitó a los principales escritores del patio y les dijo: “Viriato, lee, enséñales a ellos lo que es una gran novela, cómo se escribe”.

Me imagino la humillación. El trago de hiel que ingurgitaron los convidados de Rueda esa noche al tener que escuchar a Viriato, terrible “outsider”, escritor venido de la nada y del frío neoyorquino.

Cuando publicó el texto era un total desconocido. No había pasado por las ligas menores en el campo de la literatura, que consiste en el país en pertenecer a capillas literarias, dar a la luz libros menores, o en lamer las botas y el trasero de los gurúes y escritores de alcurnia, a esos petimetres de la pluma.

El salió con un talante de novato y dio un palo (que aún están buscando) por los 411. Como todo un Grandes Ligas de la literatura. Eso dolió, fue una cachetada para los mediocres.

Se reía ante los rumores que pusieron a correr muchos de que otro hubiese escrito la novela, de que él fuese una especie de testaferro literario. Más que un insulto, veía eso como un soterrado y extraño halago.
El autor es periodista y escritor.

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