Opinión

El senador: un análisis desde el género

El senador: un análisis desde el género

SANTIAGO.- No nos cansaremos de reclamarles a los partidos políticos por la falta de seriedad cuando acceden al poder y a la hora de ubicar fichas en el tablero del Estado, hacen uso del “clientelismo político” como intercambio, extraoficial y viciado de favores, cuando ponen candidatos y nombran funcionarios a cambio de apoyo financiero y también electoral.

Es entonces que se cuelan en el entramado desgastado de la política partidista una serie de personajes con los que se sorprende la buena fe por la “democracia” que aún queda en el pueblo, y no por lo desconocidos que puedan ser estos individuos, sino por fuerza que hay que hacer para “enmarcarlos” en el sistema que, al final, tiene leyes y términos de referencia para los puestos y que a fuerza hay que utilizar.

Eso puede explicar que haya casos –porque son más de “unos cuantos”- como el del senador “itinerante”, que no solo alarma al pueblo, sino también a sus propios compañeritos, de los que el hombre sospecha tienen “sangre azul”, porque un día osaron “confundirlo con un chofer”, algo que le ha permitido subrayar y repetir que es “víctima de discriminación”.

Y no es para menos, que una persona tan traumada como el senador “itinerante” no debiera exponerse en una entrevista de altura y mucho menos, realizada por una mujer inteligente, exponiendo la carga sociocultural de un masculino violento, retratado desde que la emprendió contra tres mujeres, y no de la mejor manera, utilizando los mismos artilugios de la mafia aquella de Chicago, es decir, asustando a lo macho, si señor! (Porque no son uno ni dos los periodistas varones que lo han expuesto en sus reportes)!

Como desde hace ya casi 30 años el trabajo nos obliga a ponernos los lentes del género, toda vez que hay que analizar casos de violencia o de discriminación, maltrato y muerte, por razones asociadas a la masculinidad violenta como generadora, no podemos dejar de hacerlo con el caso del senador de San Pedro de Macorís, misógino caballero que escogió a tres periodistas mujeres para demostrar el desprecio que nos tiene a todas.

Tenemos la seguridad de que quien quiso ver en la televisión local la entrevista realizada al senador –me resisto a poner mayúscula- en una de sus 8 clínicas neoyorquinas, por Alicia Ortega, cayó en el asombro y el estupor que personalmente sentimos por la triste figura de un funcionario de espíritu tan “pobre”, de verbo manipulador y arrogante, pero “cantinflesco” al fin, y de una autoestima tan baja como la que tienen los masculinos violentos.

De acuerdo a los especialistas en masculinidad, las reacciones violentas como respuesta, las aprende el hombre desde que nace, a partir de la adhesión al imaginario masculino patriarcal, distinguiendo algunos antecedentes del entorno familiar, tales como haber sido: maltratado física, emocional y/o sexualmente de niño; testigo de violencias machistas de parte de su padre a su madre; criado en una estructura patriarcal rígida, con roles estereotipados; criado con exigencias severas de adaptación al estereotipo masculino tradicional…. (Eso dice Alejandro Águila Tejada, Psicoterapeuta mexicano).

Este aprendizaje, de roles rígidos y estereotipados conforman el perfil de un hombre adulto que: considera a todas las mujeres inferiores y aspira a ejercer un poder y deseo de control contra ellas, sean o no allegadas, una forma de alimentar su precaria seguridad. Tiene una imagen  negativa de sí mismo y se siente desvalido, aunque sea  exitoso profesional, por eso permanece a la defensiva, apurándose a acusar antes de que lo acusen. Como no ha logrado la separación individual desde el punto del desarrollo psicológico, tiene dificultad en establecer límites entre él y las demás personas, sobre todo si son mujeres. Se aísla emocionalmente, no tiene contacto auténtico con el mundo, aunque rinda en sus labores y sea exitoso, y se maneja con códigos estereotipados o diplomáticos.

No es abierto, se muestra cauteloso, prefiere hablar sobre otros, por lo general de manera acusatoria, que sobre si mismo. Con una intuición negativa, va variando sus actitudes según sopla el viento para él, pudiendo desconcertar a propios y extraños y provocando confusión. Argumenta y racionaliza para aislarse del deterioro que provoca y se le observa amargado, fanfarrón o tortuoso. (Datos del Psicoterapeuta citado).

Y lo peor de este caso de la política dominicana es que quienes tienen poder sobre este adlátere,  no reaccionen más allá de un breve comentario, y no retiren de su puesto “electoral” al “itinerante”, porque por faltas, tiene ya un prontuario que lo amerita!

El Nacional

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