Opinión

El uso del poder

El uso del poder

A propósito de la elección de los nuevos integrantes del Tribunal Superior Electoral, las personas con las cuales he discutido sobre el resultado, a quienes les he manifestado mi decepción con lo ocurrido, me ripostan alegando que eso no puede sorprender porque el poder es para usarlo y que ningún gobernante renuncia al control irrestricto de estamentos institucionales del Estado.

Mi tesis es simple, la oposición política concentró sus esfuerzos en la no repetición de los pasados miembros del organismo, contribuyendo a generar la sensación de que si eso se alcanzaba, todo estaría resuelto de manera satisfactoria.

Tal actitud propició el escenario ideal para que esa aspiración fuera complacida, se creara la percepción de que las cosas habían cambiado, pero asegurándose de que todo continuara igual.

Considerar que los cambios se producen por simple sustitución de personas constituye un error. En asuntos de esta naturaleza, lo trascendente son los parámetros a los que se recurre para tomar decisiones que persiguen garantizar los fines políticos perseguidos.

Desde esa perspectiva, la constitución de la entidad de que se trata se hizo con los mismos criterios a partir de los cuales se vienen integrando las Altas Cortes de la nación y, en sentido general, tomándose las decisiones políticas: Conformar una mayoría que signifique la seguridad de la prevalencia de los intereses de las instancias de poder que controlan la elección.

Tal actitud es valorada por mis contradictores como ejercicio normal del poder. Se alega que siempre ha sido así y que no será modificado. Disiento de esa conclusión. Ni se trata de práctica que pueda ser considerada natural ni siempre ha sido igual.

Ahí está la historia para demostrarlo. Michelle Bachelet, a la salida de su primer mandato la estimularon a repostularse y su posición fue firme alegando que su Constitución se lo prohibía. Nelson Mandela nunca recurrió a su liderazgo sobre los negros de Sudáfrica para consolidar un dominio en desmedro de una población blanca a la que siempre pretendió incorporar en faenas comunes de un porvenir que concebía unificado.

En el caso de un tribunal electoral, obstinarse en manipularlo manifiesta ausencia de vocación democrática, temor de competir con reglas de juego equitativas donde se otorgue la razón a quienes los hechos y el derecho señalen.

Actuar de esa manera, lejos de reflejar uso positivo del poder, configura abuso de mecanismos que, en manos de estadistas, deben servir para consolidar la institucionalidad.

El Nacional

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