Opinión

El valor de un hombre

El valor de un hombre

Cuando se revisa la participación de los militares en los procesos políticos de la región, trayectorias como la del coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez marcan la diferencia por papeles como el desempeñado en la revuelta constitucionalista de abril de 1965.

Si es que se registran, son contados los casos de jóvenes oficiales que hayan orquestado una conspiración, como la que culminó con el derrocamiento del triunvirato encabezado por Donald Reid Cabral, con el propósito de restaurar el sistema institucional, interrumpido en 1963 con el golpe de Estado al profesor Juan Bosch, y no para tomar el poder.

Por supuesto que las condiciones no eran las mismas. Pero militares de tinte progresista que tomaron el poder a través de conspiraciones cuartelarias, como los generales Omar Torrijos, en Panamá, y Juan Velasco Alvarado, en Perú, terminaron dirigiendo los procesos políticos en sus respectivos países.

Que no fueran hombres cavernarios, al estilo las dictaduras militares que gobernaban en la región, no los exime de las ambiciones de poder de que, por su vocación e integridad, careció Fernández Domínguez. Ni siquiera condiciones puestas por oficiales que luego tuvieron un papel destacadísimo en la revuelta, de que la apoyarían si era para que él dirigiera la transición democrática, lo alentaron o persuadieron de su misión de entregar el poder a su legítimo representante.
Múltiples acontecimientos testimonian el valor y el compromiso de Fernández Domínguez con la causa del pueblo. Tras llegar al país el 14 de mayo procedente de Puerto Rico, después de múltiples intentos, lo primero que hace es ponerse al servicio de quien en ese momento se había erigido en líder de la revuelta: Francisco Alberto Caamaño Deñó. Y cinco días después, el 19, es de los que cae junto a destacados combatientes en el frustrado asalto al Palacio Nacional.

Desde entonces el nombre de un militar excepcional adquiere más dimensión en la medida que se analizan sus acciones en el marco de un contexto que rompe con la tradición en cuanto a la participación de militares en los procesos políticos de América Latina.

En abono a sus cualidades hay que resaltar que a pesar de ser hijo de un general y estudiante de Ingeniería en la Universidad de Santo Domingo, Fernández Domínguez, quien había nacido en 1934 en Damajagua, Esperanza, dejó la carrera para ingresar al Ejército como raso.

Aunque luego ingresó a la Escuela de Cadetes, donde se graduó en Ciencias Militares, en esa decisión puede apreciarse que no era dado a los privilegios, sino un hombre con apego a principios. Ocasiones como la conmemoración del 52 aniversario de la revuelta de abril son más que propicias para exaltar la memoria de un símbolo de la dignidad de la nación.

El Nacional

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