Ginebra, Suiza.- Eran las 7:00 de la noche en Suiza. Nos proponíamos hacer una visita nocturna al centro histórico de Ginebra y luego sentarnos en una de sus plazas para probar el auténtico fondue con vino blanco o quizás la raclette típica de los Alpes. Queríamos comer platos de allí servidos a la manera suiza. Con la particularidad del país originario.
Habíamos tenido un día muy intenso en Ginebra y para los días siguientes teníamos previsto un amplio programa que comenzaría visitando diversas ciudades al borde del Lago Lemán, luego nos quedaríamos una noche a dormir en los Alpes Franceses, aprovechando la cercanía de la frontera y las grandes diferencias de los precios.
Nuestros planes quisieron troncharse cuando ante la emoción de ver las maravillas de Ginebra, mi esposo cayó sorpresivamente en una fuente de agua en pleno centro de la ciudad. Nuestra primera impresión fue de miedo cuando lo vimos intentando nadar en un agua que ante la oscuridad no sabíamos que existía. Cuando logró salir nos dio risa ante tan espectacular caída, y luego volvió el miedo cuando lo vimos cojeando, con toda la ropa empapada y tiritando de tanto frío.
Fue un momento muy difícil y de mucha incertidumbre.
Lo primero que se fue a pique fue el celular y el paseo nocturno con cena incluida.
Tuvimos que volvernos al hotel que estaba en Francia y no en Ginebra y conformarnos con comer pizza en el único restaurant que aun estaba abierto en el pequeño pueblito fronterizo.
Al día siguiente médicos, dolor, medicina y al final la buena noticia de que todo estaba bien. El dolor pasaría en unos días y la inflamación también.
Entonces volvimos a reírnos y aunque con un poco de retraso, seguimos nuestro recorrido de una semana por Suiza y pudimos comer su típica comida, su queso y sus chocolates, visitar algunas de sus ciudades, contemplar sus paisajes montañosos, sus viñedos, y al final disfrutar la sensación de quedarnos con ganas de seguir descubriendo este pequeño país de grandes particularidades.
