¿Qué Pasa?

Entre el Cielo y Tierra

Entre el Cielo y Tierra

  Saint sauveur, Francia.- En el entierro no había caja de muerto, ni muerto, tampoco sacerdote, ni tumba, solo un pequeño cofre con cenizas que esparcieron sobre unas piedras blancas en un área que llamaban Jardin du souvenirs.

Fue durante el otoño pasado en un campo de Francia, a dos horas de París. Yo me había esmerado en ponerme lo más negro de mi ropero como es costumbre en Cotuí y me sorprendí al ver cuando llegamos al cementerio que todos vestían todos los colores de la estación.

No hubo rezos. Hubo lágrimas, lluvia, flores, poemas y cartas en homenaje y recordación al difunto. También canciones y música que la gente bailaba y tarareaba discretamente en medio de la solemne ceremonia.

Habíamos suspendido nuestras vacaciones en Suiza para ir al entierro de quien fuera amigo de infancia de mi esposo. Un mensaje por internet  nos dio la mala noticia mientras estábamos en los Alpes.

Mi compañero se puso muy triste y dijo que no podía faltar a este último adiós en el que se reunirían familiares y amigos y convidaban a quedarse a dormir en la gran casa materna para los que así lo quisieran.

Ya en la casa, luego de esparcidas las cenizas, yo de pronto olvidé que estaba en un entierro. Se degustó vino, quesos, postres y una gran variedad de charcutería francesa.

Había amenas conversaciones, guitarra, canciones y hasta uno que otro baile. Los más jóvenes se entretenían jugando juegos de mesa y los adultos compartimos en torno a la cálida chimenea hasta avanzada la madrugada.

Yo de pronto volví a recordar que estaba en un entierro y pregunté a quien fuera su esposa el porqué de esta tipo de ceremonias. Me dijo que así le hubiese gustado al muerto quien en vida fue músico de profesión y de personalidad espontánea y alegre.

Así lo decidió toda su familia. Y yo me preguntaba qué diría de esto mi mamá y me dije para mis adentros: “Cuanto ha cambiado este cuento”.

El Nacional

La Voz de Todos