Opinión

Epílogo de una historia

Epílogo de una historia

Todo parte de una familia en cuyo espejo puedes ver la fragmentada historia, acaso vertebrada, de un pueblo que ha ido echando a un lado sus orígenes y valores culturales en procura de una prosperidad tan precaria como descompensada.

 Treinta años no han sido suficientes para que Fe, Grecia y Orlando rescaten en esta historia la dicha y esperanza dejadas atrás. La vital inspiración, recreada en Grecia y reavivada en Fe, nos devuelven las ilusiones perdidas. Se revela en ellas, indiscutiblemente, la  superioridad emocional de las mujeres frente a los hombres, lo cual no es un invento nuestro.

 Grecia invita a Orlando a ser más independiente y decidido, abandonando el pasado en el que se refugia temeroso. Fe lo intenta con Rafael, sin conseguirlo. En vez de claudicar, se retira, si no con honores, sí a tiempo. Reivindicado, el Horacio de los 90, retirado en Ecuador, no es superior al de aquellos años azarosos. Mucho menos a Fe y a Grecia, por supuesto.

 En estos personajes se sintetiza una realidad social que, contada a secas, carecería de esplendor y del vigor que tendría la esperanza de que te lo has imaginado. Es lo que explica la constante búsqueda de la superioridad. La poesía y los dioses forman parte de este empeño, tan humano como fantástico.

 Encuentras en ellos una mezcla de ideas y sentimientos –esto es, de personalidades-: efectiva y admirable como la de Grecia; festiva, como la de la Infalible; cándida y provinciana como la de Orlando; coqueta como la Fe, paciente como la de Horacio, insignificante como la de Jorge, paternal y zorruna como la de Mon. Rasgo que podemos encontrar en cada uno de nosotros mismos. En ganadores y perdedores.

 Destacable paradoja entre un Horacio que encuentra la libertad en el destierro forzoso y una Fe en quien se expresa generosamente la genialidad femenina. Donde hay una puerta cerrada, ella siempre encuentra una ventana abierta. Es lo que siempre la hace reclamable. Se equivocan quienes llegaron a pensar que su atractivo se reducía a su extraordinaria belleza. “¿No sabes que soy mujer? Lo que me viene lo digo”.  Ahí debe estar la gracia, si no la fuerza.

El Nacional

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