Reportajes

Escenario de símbolos

<P>Escenario de símbolos</P>

Un mar que perdió la memoria del agua

Breve cosmos de tentación y de sustentación, de revelaciones pero, asimismo, el ideal para el trabajo de los verdaderos y falsos profetas

Todo desierto, paradoja verbal,  propone una escabrosa dualidad.

El evangelista Mateo nos dice que  esa enorme profusión de arena y soledad, está poblada de demonios.

 Pero es, a la vez-tiene uno la posibilidad de pensarlo-, ruta de escape del mal y de la iniquidad.

Estás en éste espacio -cuyo nombre en griego es eremos-  poderoso o desdichado, eremita o soldado, y lo mismo te pudiera visitar una sombra terrible del mal o del error que una visión elemental de la verdad. O que ver en él el rostro inmaterial de la Realidad.

 Todo va a depender de quien seas y qué te propongas o qué te propongan y quién y con qué fin.

 Es este un breve cosmos de tentación y de sustentación, de revelaciones pero,  asimismo, el ideal para el trabajo de los  verdaderos y los falsos profetas.

 En el desierto,  extremo que anhela la ceniza y la candela, junto y las sombra de la iniquidad, han combatido siempre fuerzas desiguales que no siempre podemos descifrar y menos aún, ignorar.

Es un escenario de símbolos, un mar que perdió la memoria del agua.

 En él se desencuentran la pasión y la compasión, las cárceles del espíritu y el dichoso rumor de la esperanza de salvación.

 Se entrecruzan lo apocalíptico y lo primordial, las claves de lo profundo y de lo sustantivo y asimismo, de la fugacidad.

 Lo eterno y lo relativo se saludan con reverencias en él.

 No por capricho o por pura superstición, Juan el bautista predica en un desierto a donde no se debe ir sin propósito y donde según las Escrituras apocalípticas se librará, en Armagedón, cierta batalla final.

 Y mientras, en un espacio de luz y de dolor se halla el bien, en otro la tentación y el tentador.

Tú puedes encontrarte en cualquier lugar, no importa.

El partido que vas a tomar en adelante, desde tu libre albedrío, si es que vamos a ver las cosas de ese modo, decidirá lo mejor o lo peor.

 Ambas voluntades, una con engaño, otra con alguna aprehensión tal vez, anhelarán en esa porfía desigual que tomes partido por una de las dos. Cuanto antes, mejor.

 En el desierto, fuente de todo misticismo, de todo culto, surtidor abundante y estéril de la  humanidad, todo a pone y te pone a prueba alguna vez.

 Para Angelo Silesius, la Deidad misma es el desierto.  Todo es posible en él, desde el milagro inviolable hasta la aberración y la desintegración.

 Desde la noche con estelas innumerables hasta la turbia arena que se goza en la abrasión.

 Las indagaciones en el simbolismo de ese universo de arenas y de sopor nos  dicen que él revela la supremacía de la gracia:

 En el orden espiritual nada existe sin ella y  todo existe por ella y sólo por ella.

 El desierto comporta la amplia geografía del éxodo, de la errancia, en ocasiones mortal, del sustento que administra el cielo, de la visión de espanto.

Es la indiferenciación o la extensión principal.

 En su decidida esterilidad, puedes ver claramente la Realidad de todo.

A través del desierto del Sinaí los hebreos buscan la tierra prometida, esencia del éxodo. Ahí se encuentra, en cambio, para el esoterismo ismaelita, el cuerpo, el mundo que se recorre a ciegas sin percibir al Ser divino escondido en el interior de sus apariencias.

 Jesús es tentado en él y los eremitas sufren el asalto de los demonios.

 Es el escenario de los deseos y de las imágenes diabólicas exorcizadas.

 El desierto, que es Maru, en la cosmovisión india, va a significar la uniformidad principal e indiferenciada, fuera de la cual, como sugiere el espejismo, nada existe más que de modo ilusorio.

 Como el medio condiciona  nuestro sentir, la desolación que nos invade desde sus entrañas supera a veces todo intento de descripción.

 La mejor poesía mística ha nacido entre sus manos calientes y resecas.

El Nacional

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