Opinión

Escribir para recordar

Escribir para recordar

Leí hace meses —tal vez años— unas declaraciones de Fernando Vallejo, autor de  la novela “La virgen de los sicarios”, ganadora del premio Rómulo Gallegos 2003, donde decía que escribía para olvidar.

Y creo, firmemente, que nadie escribe para olvidar, porque cuando se escribe se practica una auto-recordación. Es decir, se escribe para recordar y para que los demás lo recuerden a uno.

Y pienso que esto mismo debe acontecer con el propio Vallejo, porque al escribir renovamos nuestras vivencias y deseos, devolviéndolos a nuestra propia historia y sellar así los recuerdos. Por eso, cuando leo algún ensayo, un artículo o un texto de ficción escritos por mí, me traslado a la época en que los escribí, practicando un acto de recordación.

Tal vez lo que Vallejo quiso decir fue que escribía para vomitar, para confesarse y auto-perdonarse, lo que nos anexa a ese vínculo propuesto por Gilles Deleuze y Félix Guattari entre “la máquina deseante de las limitaciones del psicoanálisis de Freud”, y la máquina social, donde explayan “el deseo humano hacia la voluntad y el poder”.

En la escritura se cuela siempre el deseo, los temores, la transmutación hacia lo que hemos querido ser, o en la abominación de lo que fuimos, porque escribir es metamorfosearse, dejar salir lo que ocultamos, lo que tememos, lo que nos atraganta y deseamos expulsar para recompensar la vida. Tal como en la narrativa de Kafka, doblegado por sus demonios en la Checoeslovaquia de comienzos del Siglo XX; o como en Jerry Siegel y Joe Shuster, los creadores de Superman —en 1938—, azotados desde los EEUU por un mundo donde el judaísmo se estigmatizó por las persecuciones hitlerianas.

Así, Siegel y Shuster, al ser judíos insertados en una sociedad norteamericana que los observaba de reojo, se refugiaron en sus deseos, ocultándose tras máscaras y heroísmos metafísicos bajo la capa de un hombre de acero, nacido en un lejano y exhausto planeta Kriptón. Y Kafka, tras la búsqueda de un escondite cuya puerta jamás se abre, creó personajes que se metamorfosean y ocultan bajo sus tristezas.

Así, la escritura como ficción es un truco, una coartada, un atajo para recordar y que nos recuerden, perpetuándonos y asiéndonos al destino.

Afortunadamente, la creación literaria disfraza las imágenes con tropos, a pesar de que ya está demostrado que ni la metáfora ni la metonimia son fenómenos exclusivamente lingüísticos, ya que se insertan en los avatares de la cotidianidad a través de la imaginación simbólica. Y es por eso que, al escribir, tratamos de recordarnos y de que nos recuerden, tal vez más endeudados con las cuitas perdidas o, quizás, menos golpeados por las alegrías inalcanzables.

El Nacional

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