Opinión

Escritos apresurados

Escritos apresurados

El complejo mundo  de las apariencias
Mi amiga andaba en 1953 por los dieciocho años, y he conocido pocas mujeres que hicieran gala de tanta gracia y destreza al bailar.

Lo mismo en el romántico bolero, hoy de capa caída entre la juventud dominicana, como en otros ritmos más movidos como el merengue, la guaracha y el son, la jovenzuela se la lucía en cualquier fiesta bailable.
Esto se ponía de manifiesto cuando encontraba parejo tan diestro como ella en eso de sincronizar pasos difíciles del danzar.

Además de buena bailadora, la damisela era atractiva, pues unía a un rostro agraciado de protagonista de telenovela romántica, un cuerpo provisto de guitarrescos declives.

Quizás por lo antes descrito, unía la coquetería a una extremada vanidad, que se manifestaba en su afán por llamar la atención de los hombres en cualquier escenario y circunstancia.

Todos aquellos que tenían algún tipo de proximidad física con ella, llegaban a la conclusión de que le gustaban, porque apelaba sin rubor desde los tocamientos equívocos hasta las miradas chivirisconas.
Pese a que no tenía con ella una estrecha amistad, le conocí en un par de años más de media y menos de una, docena de noviazgos.

Recién cumplidos los veinte años contrajo matrimonio con un comerciante de buena posición que casi le doblaba la edad, y sus conocidos y hasta sus parientes, apostaban a que le dibujaría en el frontal las vergonzosas cornamentas.

Sin embargo la relación conyugal duró cerca de cuatro décadas, finalizando cuando el marido abandonó este mundo, sin que nunca surgiera siquiera un leve rumor de infidelidades de ninguna de las partes.
Conocí también en la década del cincuenta otra joven que era el reverso de la medalla de la contentosa en casi todos los órdenes.

De cabellera crespa y revuelta, nariz exageradamente aguileña, ojos saltones, cuerpo medianamente bien conformado, mantuvo en el rostro una expresión de hosquedad durante los escasos minutos que conversó conmigo, y el amigo pariente suyo que nos presentó.

Convencido de que le había caído mal por aquella cara de pedrada, se lo manifesté a mi enllave, quien me aclaró que la fémina nunca se apeaba esa expresión de disgusto.

A eso atribuyó que no le había conocido pareja sentimental pese a sus diecinueve abriles, añadiendo que estaba seguro de que se quedaría jamona.

Paradójicamente, la antipaticona de casó con un joven apuesto, a quien a pesar de haberle hecho el favor de cargar con ella, le fue infiel hasta con los hombres que no la cortejaron.

Aquí no se dio aquello de dime con quién andas y te diré quién eres, porque la antipática fea cuernera mantuvo durante muchos años una estrecha amistad con la hermosa, experta bailadora simpática, siempre fiel a un marido con el doble de su edad.

El Nacional

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