Opinión

Escritos apresurados

Escritos apresurados

Dejando de vivir

A mediados del año 1969 acompañé a mi padre a una consulta con el prestigioso médico endocrinólogo George Hazoury, y tras varios exámenes de laboratorio, fue diagnosticado como diabético.
El autor de mis días tenía cincuenta y seis años de edad y yo cruzaba la tercera década de vida.

Y no he olvidado las palabras que me dirigió el facultativo cuando asumió el tratamiento de su paciente:
-Eres portador del gen diabético, y por ende propenso a contraer la enfermedad; por eso debes cuidarte evitando la obesidad, ingiriendo pocos azúcares y haciendo ejercicios aeróbicos, especialmente las caminatas.

Debido a que la juventud en el hombre dominicano es sinónimo de descuido en materia de salud, seguí llevando mi vida de comidas con grasa y sal más allá de lo normal, así como de cuando en cuando dispararme mi dulcito, pero de forma moderada.

Realizaba ejercicios con escasa carga de pesas, aunque no las recomendadas caminatas, y lucía buena contextura física, la cual no excluía la barriguita del consumidor habitual de carbohidratos.

Pero al contraer matrimonio consideré que debía vivir de manera más sana, iniciando de inmediato caminatas con algo de trote, y disminución de las comidas con grasa, al mismo tiempo que reduje al mínimo del mínimo los placeres gastronómicos azucarados.

Una de las motivaciones que tuve para ello fue ahorrarle a mi esposa Yvelisse el dolor de la viudez, pero parece que ella no está en la misma onda, porque no se cuida para nada en lo relativo a su salud.
Lo digo porque no ha reducido grasas ni azúcares, tampoco mantequilla ni margarina, y cuando la incorporé a mis aeróbicos, su dedicación no superó el trimestre.

De nada valieron mis exhortaciones a continuar con el entrenamiento, fundamentándome en el hecho de que mostraba mayor resistencia que yo en el uso prolongado de nuestras extremidades inferiores.

Y cuando decidí llevarla los domingos a los almuerzos dominicales de un restaurante vegetariano, era todo un poema la cara de desagrado que mostraba durante los trabajos de masticación.

Y uno de esos domingos, a su truño facial, siguió esta interrogante: ¿por qué será que la mayoría de los alimentos saludables tienen tan mal sabor?

Pero su frase inolvidable, la cual he repetido ante numerosas personas gordas, que la han acogida con sonrisas y movimientos craneanos de asentimiento fue la siguiente: Mario, con esa mojiganga de vida sana, lo que está haciendo es dejando de vivir, para vivir más tiempo.

El Nacional

La Voz de Todos