Opinión

Escritos apresurados

Escritos apresurados

Fanático religioso
Recuerdo la queja de un viejo amigo acerca del fanatismo religioso de su chofer familiar, debido a que él se definía como un libre pensador.

-Ese hombre me tiene al coger el monte con su prédica continua, tanto a mí como a mi mujer, y no miento si te digo que hay días en que me repite tres o cuatro veces que debo convertirme al cristianismo si quiero salvar mi alma.

-Eso de tener un empleado creyente religioso tiene sus ventajas, entre ellas que lo más probable es que no te robe, ni se propase de fresco con tu mujer.

-Estoy casi llegando a la conclusión de que sería menos fastidioso que fuera fresco y no totalmente honrado, a que se pase gran parte del tiempo en que está con uno, citando versículos de la biblia, a veces pronunciando mal algunas palabras. Y es natural que sea así, porque fanatismo religioso es muchas veces sinónimo de ignorancia, de incultura, de analfabetismo funcional.

– Estás siendo demasiado duro con una persona cuyo único pecado es ser un fiel creyente cristiano, algo que en el mundo de hoy no abunda.
-Lo que no te he dicho es que cuando le expongo mis ideas acerca de la religión, o mejor dicho, de las religiones, el tipo se me ríe en la cara, y en una ocasión llegó a decirme, con su cara de oligofrénico, de retrasado mental, que quien no cree que Jesucristo es el hijo de dios, irá derechito a achicharrarse en la caldera del infierno.

-Eso es parte de la doctrina cristiana, en la que creen millones de personas en el mundo, hasta el punto de entregar por ella su vida.

-Mira, voy a decirte algo, y es que son valederos tus argumentos de que personas con esa fe tan firme, difícilmente caen en actos delictivos, pero sabes bien que todo, hasta lo bueno, se torna malo cuando se realiza en exceso.

No había transcurrido un par de meses de este diálogo, cuando mi enllave, al reunirnos una noche en su casa, en ocasión del cumpleaños de su cónyuge, y preguntarle por su chofer, lanzó un ¡puf!, antes de responder.

-Ese cabrón no es más que un farsante, un hipócrita, un Tartufo. Cuando salía en mi carro con mi mujer, si se paraban en una estación de gasolina a echar combustible, él se apeaba, y mi mujer se quedaba en el carro. Y cuando le cantaba el dinero que marcaba la pantalla, lo hacía añadiéndole cien pesos, o una cantidad mayor.

Lo hacía porque su acompañante no se fijaba en la suma, hasta que un día lo hizo, y lo agarró fuera de base.

-Diablo, a la verdad que el hombre tenía unos timbales del diablazo.

-Pero la cosa no paró ahí, sino que al cancelarlo y darle sus prestaciones, cuando se fue mi mujer me dijo que cuando no estaba yo cerca, el vagabundón le tiraba sus piropitos, aunque claro, sin proposiciones deshonestas. Seguramente esperando que ella un día le diera un chance.

Como lo vi acompañar sus palabras con rostro y gestos de ira, cambié el tema de la conversación.

El Nacional

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