Opinión

ESTO PIENSO, ESTO CREO

ESTO PIENSO, ESTO CREO

Me gustaría poder decir la última palabra

…Y sobre todo, no tener que llorar sobre la leche derramada

  En amores me gusta decir la última palabra y que sea la más dulce y tierna posible para no dejar heridas ni rencores y mucho menos odios y desprecios. No puedo llegar a esperar a que se extinga la pasión porque quizás sea mucho más temible que el olvido o aquella lejanía a la cual  hacía referencia el poeta, esa de “donde no regresan jamás los peregrinos”.

  Sombras y realidades, esa es la vida. Con dolores, penas y alegrías que en ocasiones son como la nota más baja del órgano, tan profunda que nadie la escucha pero que están ahí para herirnos o alegrarnos sin darnos cuenta que nos conducen a recaídas en el mismo dolor o a querer extinguir esas criaturas del mal que nos acosan o, inclusive,  nos lanzan a desenlaces aún peores.

  En este atardecer debemos elevarnos a una altura tal, que el mismo espíritu aún no pueda sospechar en absoluto su existencia, para escapar de esta indiferencia de amores y este acoso endemoniado que pretende arrollarnos como si un verdadero y real especialista del averno hubiese venido a realizar esta tarea.

  Abandono de amores, pérdida de cariño, desaparición de afectos y siempre los recuerdos que llegan sin las gafas oscuras de la sociedad. Crudos, como pasiones encarnadas en el fondo del alma que resurgen cual iceberg,  devastando todo nuestro interior cada vez que nuestro escudo protector, como un  sistema inmunológico decae.

  No quiero admitir lo dicho por personas llamadas a ser sabias e inteligentes de que solamente somos criaturas de barro cotidiano, sin comprender el significado profundo de las cosas, y que,  por esta razón, tanto el bien como el mal en nosotros son idénticos, inclusive en ocasiones hasta sin importancia.

  Y digo que no, porque estoy convencido que hacer el bien es lo  correcto, sin aspirar a ser santo y sin que tenga que mediar religión alguna, y sólo el amor, el querer o la sensación de aspirar a las cosas buenas, naturales, éticas y morales nos podrá dar la fortaleza para tratar de valorar  el gran significado de ver éste bello atardecer.

  Fuerza de voluntad para en este momento de muchos ocasos –no sólo del Sol- tratar de no profundizar si el aprecio es menor que el amor y el cariño o si conlleva menos interés, sólo creer en los afectos o parodiar a Goethe en su decir que “todos los días deberíamos preocuparnos por escuchar buena música, leer hermosos poemas, extasiarnos en lindas pinturas y hablar palabras razonables”, si, sólo para poder vivir razonablemente.

  Precisamente a este pensamiento se refería Cicerón cuando siglos más tarde de la desaparición de Sócrates, considerado el personaje más enigmático de toda la filosofía y quien nunca escribió nada pero al mismo tiempo fue una de las personas que tuvo más influencia en el pensamiento europeo y que quizás a esto se debió su dramática muerte, dijo refiriéndose a su paso por la Tierra que tuvo la virtud de bajar la filosofía del cielo a la Tierra, obligando a los seres humanos a pensar en la vida, en las costumbres, en el bien y el mal.

  Aunque yo diré la última palabra y,  no precisamente como Eco, aquella ninfa que fue condenada por Juno,  la esposa de Júpiter, a decir la última palabra, pero nunca la primera. Ni tampoco como Narciso, ser sorprendido por la cruda realidad y muy tarde exclamar “ahora adivino la verdad; ¡estoy llorando por mí mismo! ¡Estoy suspirando por mi propio reflejo!

  No señor, no pretendo hacerme el ignorante o tonto, haciendo uso de la ironía socrática, más bien, prefiero interesarme, aún más, como Platón,  por lo que es eterno e inmutable en cuanto a la moral y la sociedad y para ser coherente con mi deseo de decir la última palabra, con perdón de esta glamorosa tarde y del siempre presente y eterno amor por lo bello y tierno representado por la insustituible mujer, más en estas tardes de añoranzas, ternuras y penas –reitero-,  con el perdón de todos, para mí, esta sociedad es un puro estercolero, por no decir otra cosa. ¡Si señor!.

 

El Nacional

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