Opinión

ESTO PIENSO, ESTO CREO

ESTO PIENSO, ESTO CREO

Sesenta años caramba, como si hubiese sido hoy

…Recordando a Don Pedro Mir

Desde pequeño escuchaba que “de poeta y loco todos tenemos un poco”. Y no sé si en estos tiempos plásticos en que vivimos, qué es mejor, si vivir engañado por los farsantes y payasos del medio o vivir dizque a lo loco,  de poema en poema, diría yo, para sobrevivir mejor.

 Hacernos cómplice de todos los orates y de los bardos de ayer, de hoy y de siempre, para creer en todo aquello que para muchos son bobadas o cosas insulsas, sin sentido, sin valor, como piensan los engreídos, los hipócritas y fariseos que sólo viven por y para lo material.

 Pensar sencillamente que nuestro país está “colocado en el mismo trayecto del sol./ Oriundo de la noche./ Colocado en un inverosímil archipiélago de azúcar y de alcohol”, tal y como escribió nuestro eterno Poeta Nacional Don Pedro Mir o, “sencillamente claro/ como el rostro del beso en las solteronas antiguas” o aún más, “sencillamente frutal, fluvial y material. Y sin embargo sencillamente tórrido y pateado/ como una adolescente en las caderas”.

 Así de simple, como una morena de Las Matas, una india de San Juan o una rubia o trigueña de la Capital, para morirnos enseñoreado en sus brazos, exclamando como locos que “quiero ser en tu vida algo más que un afán…ser en todo y por todo, complemento de ti”.

 Aunque nos digan locos, aunque nos tilden de propasados, es preferible mil veces ser loco o vivir “una sed infinita de caricias y besos” que vivir “sencillamente triste y oprimido”. ¡Ay Don Pedro!, si usted nos viera, arropados por la ambición y carentes de fe e inspiración, ¡ay, si usted nos viera!.

 Al momento y ante la absurdidad del mismo, entre poemas y realidades, entre locuras y ambiciones, apenas nos resta buscar fortaleza en aquellos fenómenos humanos que como Platón,  sólo le interesaba la relación entre lo eterno y lo inalterable, lo que es eterno e inmutable en cuanto a la moral y la sociedad. Eso, sólo eso.

 ¡Ay Don Pedro!, cuánta razón tenía usted cuando escribió: “…y la tierra no alcanza para su bronca muerte”. Han pasado sesenta años desde entonces y aún en esta tierra tenemos que decir: “¡Oídlo bien!/ No alcanza para quedar dormido./ Es un país pequeño, y agredido./ Sencillamente triste,/ triste y torvo,/ triste y acre./ Ya lo dije: sencillamente triste y oprimido”.

 Detrás de todo lo que vemos a nuestro alrededor, aparecen los mismos moldes de falsedad o ignominia. Falsías en la oratoria, cuyo contenido y promesas se desvanecen como pompas de jabón. Algunos con augurios apocalípticos, mientras otros tantos han adoptado el comportamiento bajo del llamado tigueraje de la calle, creando un lóbrego panorama, donde es imposible cultivar o que subsista la poesía.

 Decía Platón que quien sepa lo que es bueno, hará el bien,  queriendo decir que conocimientos correctos conducen a acciones correctas y que sólo el que hace esto se convierte en un ser correcto. Por eso se dice que el ser humano busca la felicidad y nadie  es feliz haciendo lo que sabe que no está bien.

 Me críe escuchando narraciones sobre historia universal, los cantares de gallos en las madrugadas, declamaciones de versos y poemas que como grabaciones eternas se mantienen en mis adentros, y que en los momentos menos esperados surgen como fresco manantial a mis labios y me hacen decir que “quiero ser en tu vida, una pena de ausencia, y un dolor de distancia y una eterna amistad”.

 ¡Ay Don Pedro!, sesenta años y al igual que hoy: “¡Un dolor! He aquí el resultado./ Un borbotón de sangre, silenciosa, terminante./ Sangre herida en el viento./ Sangre en el efectivo producto de amargura”. Definitivamente,  don Pedro, al parecer “es un país que no merece el nombre de país”.

 Irremediablemente todos somos uno, porque irremediablemente vivimos en el mismo fangal y ni pensar en las cosa idas, donde sólo nos queda recordar la voz de Alfonsina Storni y su Adiós, para decir simplemente: ¡adiós para siempre mis dulzuras todas!, ¡adiós mi alegría llena de bondad!, ¡oh, las cosas muertas, las cosas marchitas, las cosas celestes que no vuelven más!.

 Sí, así de simple, don Pedro, sólo nos queda hacer nuestra la máxima que dice: “No son muertos los que en dulce calma la paz disfrutan de la tumba fría. Muertos son los que tienen muerta el alma, y viven todavía”. Hasta siempre, don Pedro, hasta siempre. ¡Si señor!.

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