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Fatalidad, mitos y encantos insulares

Fatalidad, mitos y encantos insulares

Por Rafael P. Rodríguez
El Nacional
SANTIAGO: La Itaca de La Odisea homérica es una tierra idílica que Ulises, su noble héroe, no olvida ni siquiera bajo las promesas de eternidad de una diosa enamorada.

Homero le dedica algunas de sus mejores líneas a la ninfa Calipso, que vive en una isla, y a una Siria primitiva, nombre cuya raíz coincide con la locución sánscrita del sol. La isla evoca el refugio y es tema central de buena literatura, de sueños y de deseos.

Se han encontrado textos contemporáneos recientes que hablan en el exterior de la Hispaniola  como una isla mágica.

Le atribuyen esa condición en razón de lugares específicos como la zona de Polo,  Barahona, donde se deduce un campo magnético, lo que parece  más bien un efecto óptico de subida y bajada, en la carretera. 

Jamás voy a pisar tierra firme porque me inhibe, advierte una canción de Pablo Milanés tras exaltar las virtudes de la isla y del Caribe.

La isla evoca aislamiento en la acepción moderna del vocablo.

Pero su dinámica y la gente que las habitan pueden negar claramente esa irracionalidad gramátical, que pudiera surgir prejuiciada.

La condición de insularidad, que ha constituido una fatalidad para territorios pequeños como República Dominicana, invadidos y polucionados  por costumbres que se presumen desarrolladas, ha salvado, en cambio, a muchos pueblos de estos problemas graves sólo por tener más tamaño o por estas bastante apartados de la “civilización.”

El hecho de que hubiera que entrar volando o navegando a estos enclaves ha resultado en una contrariedad para las invasiones de todos los tiempos.

Los territorios continentales suelen ser más vulnerables a la piratería invasora, como demuestra la ocupación de Norteamérica, arrebatada posteriormente a los “indios,” sus legítimos ocupantes originarios, reducidos, tras las “guerras” en su contra, a “reservaciones.”.

Se les da por casi inexistentes.  Pero hasta los policías estadounidenses temen violentar a estos descendientes de los aborígenes ya que el sistema, para protegerse, les ha otorgado identificaciones especiales como “originarios” del territorio, lo cual es innegable.

(Antes, las invasiones contenían ese vocablo desnudo: hoy, pese a  reunir una retórica anacrónica de escasa credibilidad, han obtenido el pomposo nombre de guerra contra las armas de destrucción masiva como también de esfuerzo supremo por la libertad, (en realidad, de consumir más corn flakes, chiclets y otras atrocidades ligadas a la entretención).

La República Dominicana tiene el mérito inusual e histórico, escasamente valorado por la historiografía tradicional, de que como nadie quiso presidir el esfuerzo interventor de 1916, los Estados Unidos tuvo urgentemente que enviar un gobernador militar, que por cierto, cometió excesos de tipo criminal en todo el territorio nacional.

Tula es la isla blanca, hiperbórea,-la Thule griega, cuyo nombre perdura entre los toltecas originarios de la isla de Aztlán o Atlántida.

Esta Tule se puede identificar en los mitos vishnuitas( de Vishnú, el dios indio)

La isla blanca es una morada de los bienaventurados, como también la isla verde de los celtas, que encierra a la montaña blanca polar.

Hay islas primordiales niponas: (Awa, isla de la espuma, y Onogoro-jima) que fueron formadas por la cristalización de la sal que gotea de la lanza del dios y guerrero Izanagi y resultan blancas también.

En el mar oriental de la China sobreviven los mitos de las islas paradisíacas.

Sólo las podían alcanzar los inmortales, que sabían el arte de volar, no así los mismos emperadores que intentaron conquistarlas  con navíos, engañados por charlatanes. Los navegantes míticos pudieron descubrir a Formosa y al Japón que tiene miles de ellas.

Una isla, situada fuera de la espantosa marea de la existencia, puede ser contemplada, en cambio, como templo incomparable.

Es, dice el texto Suttanipata indú, la estabilidad polar en medio de la agitación mundana y se adviene, finalmente, al Nirvana. Los celtas representaron el otro mundo y el más allá maravilloso de los navegantes irlandeses en forma de islas localizadas al oeste o al norte del mundo. La propia Irlanda era una isla divina.

Una cantidad superior de islas míticas –como las wac wac, que narra un cuento ejemplar de las Mil y una Noches, están habitadas por mujeres.

Toda isla se reduce a mundo limitado, a imagen cósmica, completa y perfecta en razón de que representa un valor sacro concentrado.

Es además, templo y santuario, un lugar de elección, de ciencia, de paz en medio de la ignorancia y la agitación del mundo profano.

Representa un templo primordial, por definición, sagrado, de color fundamentalmente blanco (no exactamente por la tez de sus habitantes, sino por otros signos).

Téngase en cuenta que el color antiguo de Gran Bretaña es Albión, la blanca. Es en la isla donde la conciencia y la voluntad se unen para escapar de los asaltos de lo inconsciente.

El Nacional

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