Opinión

Figuras no perecen

Figuras no perecen

Rafael Grullón

Cuando Yuri Gagarin aterrizó tras convertirse en el primer ser humano que orbitó la Tierra, debió rendirle explicación a una aldeana rusa, la cual se espantó al verlo caer del cielo con su traje de astronauta. “Vengo de un viaje por el espacio”, le dijo.

La campesina, inmune a las proezas y presa de las cosas más simples de la vida, le contestó: “Pues, estuvo a punto de ahogarse”, señalándole un tempestuoso arroyo a unos pasos del lugar donde lo había vuelto a escoger la Madre Nodriza, la Tierra.

Gagarin había sido traído de vuelta a la Tierra en la misma comunidad donde había nacido por los científicos rusos, quienes estaban armados de los ordenadores que hoy los hombres llevan en los bolsillos y las mujeres en sostén, guardando una tradición del lugar donde las madres llevaban el monedero.

Fue el año 1957, en el que García Márquez llegó a Rusia, describiendo el mundo soviético como un país capaz de viajar al espacio, mientras los niños contaban con ábacos en las escuelas y las ropas de los rusos eran cuadradas, como los moldes de los hielos de fábrica.

El hito histórico de Gagarin tenía que agradecérselo al precursor de los viajes espaciales konstantin Tsiolkovsky, quien diseñó los primeros cohetes para impactar la atmósfera y salir a los cielos sin saber que su invento primero iba atravesar el camino de la Segunda Guerra Mundial, donde se exhibieron los cohetes y las bombas dirigibles.

Su hazaña la había precedido la perrita Laika, la cual la generación de la opinión pública la lloró porque fue el primer ser viviente en viajar al espacio, pero sin regreso.

La primera nave no llevaba vida, pero el celo de los soviéticos impuso que la radio transmisor no entrara en funcionamiento durante su vuelo, impidiendo que fueran los rusos los que descubrieran las bandas o cinturones que protegen La Tierra de los desprendimientos del Sol.

Fueron ratones, conejos, chimpancés, otras especies de animales y plantas vivientes los que orbitaron La Tierra para invitar al hombre a seguirles, pero cuando los humanos pusieron los pies en Luna habían guerreado tanto que debieron proclamar en el suelo lunar que habían llegado “En son de paz”.

Armstrong y Aldrín, aunque dejaron las bolsas llenas de excrementos en el suelo lunar demostraron que el hombre no puede pasar por ningún sitio sin contaminarlo, junto con su compañero Collin y el ruso Gagarin figuran en la historia como famosos inmarchitables

El Nacional

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