Opinión

Frida y su calvario

Frida y su calvario

Luis Pérez Fondeur

Es sencillo querer a Frida. Es nato sentirla hermana y huérfana al mismo tiempo, porque todos nos identificamos en el calvario, y ella de eso sabía con ciencia firme. Uno se contempla al meditar en esa mujer delgada y pequeña soportando aquella poliomielitis temprana, sobreviviendo a la eventualidad en bus que le arrobo la castidad, resistiendo a la parálisis en cama, tragando cirugía y desgracia.

La pintura nunca le había interesado -se había dedicado a jugar al fútbol y al boxeo para fortalecer su exánime pierna derecha, después soñó con ser médico-, pero, al verse tumbada en el jergón, le dio por mirarse hacia adentro y consagrarse en el lienzo en forma de color, flores, sueño, calavera, corazón.

Se ha convertido en esa camiseta de Nirvana que muchos llevan sin haberlos escuchado jamás. Pero hay algo más: aparte del manoseamiento: Frida Kahlo se ha alzado -gracias a la deidad de la mercadotecnia, que todo lo puede- como un símbolo feminista, como un icono potentísimo de la igualdad.

Es divertido observar cómo muchos celebran su ambigüedad estética como argumento clave para erigirla como “icono feminista” -ya el término acongoja-. Resulta un tópico muy manido -y patriarcal, al final- eso de celebrar que una mujer rompa el canon femenino para parecerse más al hombre.

La cuestión más importante a la hora de combatir esa intención del sistema de comercializar la sombra de Frida como una mujer de poner como ejemplo a nuestras hijas es su relación destructiva, enferma y sumisa con su amor: “Diego Rivera”.

Ese individuo cruel, egoísta, infiel y maltratador psicológico también fue el gran amor de Kahlo, que, a pesar de reunir la fortaleza para desmarcarse a ratos de sus abusos -y contraatacar sus deslealtades, por ejemplo, viviendo libremente su sexualidad y teniendo relaciones con mujeres y hombres-, siempre se sometió a su yugo, a sus regresos, a su voluntad intermitente.

Rivera la engañó hasta con su propia hermana y ella acabó perdonando también esa humillación.

Ella sólo aceptó sus infidelidades para no perderle, no porque creyese en un amor abierto. Renunció a sus deseos y sus valores para que Diego no se marchase.
En julio nació y falleció una gran artista, exponente y herida mujer la cual lamentablemente no supo decir “basta”.

Quizá sea un buen momento para revisar lo que la comercialización nos ha puesto en las manos, para mirarlos con conciencia crítica; quedarnos con el talento artístico de Frida pero no con su educación emocional; para no aceptar el pack completo. Quizá sea un buen momento para abandonar a don Diego Rivera.

El Nacional

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