Opinión

Gente que ríe

Gente  que ríe

Rafael Grullón

Mientras desayunábamos a eso de las nueve de la mañana en el restaurante para huéspedes del hotel Holyday Inn en Midtown de Manhattan, Nueva York, escuchábamos una música instrumental, y Diomedes Núñez Polanco, entonces asistente de Juan Bosch, nos preguntó: “Grullón, y cómo se escuchará esa música en Villa Mella”.

Le contestamos “Diomedes, allá en Villa Mella sería una bachata con ron a pico de botella y una bandeja de chicharrón, al estilo del primer síndico que se dio Santo Domingo Norte, el moreno Eloy”.

La noche anterior nos cogió el tiempo en las calles y llegamos al hotel cuando el restaurante estaba cerrado. Después de quitarnos bajo ducha el cansancio del día, bajamos y acudimos a la recepción a preguntar dónde encontraríamos un sitio cercano para cenar.

Cuando tratábamos de hacerle la pregunta en inglés para practicar el idioma al muchacho de la recepción, Diomedes nos interrumpió con la expresión “El sabe hablar español.” En un ejercicio mental que llevó tiempo, el joven volvió en sí en buen castellano y dijo “es verdad”.

Pero cuando regresamos de la cena cerca de las once de la noche, nos interceptaron en el ascensor unas azafatas que identificábamos como alemanas, blanquísimas, ojo azules y piernas de columnas. Diomedes solo atinó a decir “Déjalas pasar”.

Al entrar al ascensor, les preguntamos de dónde eran, expresión en inglés que se enseña en el primer nivel, y ellas nos contestaron “Dublín”. “Dónde es Dublín”, respondimos inconscientemente, y las risas de aquellas mujeres estallaron sin salida en aquel ascensor.

El hombre ha estudiado todo lo que ha podido observar de él mismo, del medio que le ha tocado vivir y el universo. Entre esas investigaciones de sí mismo, el hombre ha estudiado la risa y la sonrisa.

Se ha dado cuenta que los ratones emiten un chillido similar a la risa del hombre, que los primates, los chimpancés, también ríen y se hacen cosquillas, aunque no controlan la respiración como el hombre, quien puede entonar al reír.

Los niños que antes de hablar primero deben caminar para hablar y jugar con la respiración, se inician con la sonrisa en la comunicación con la madre, y que esta, la sonrisa, son una especie de pegamento social.

La risa es tan social que el hombre y la mujer, que pueden masturbarse hasta el clímax, no pueden hacerse cosquillas a sí mismos, se las debe hacer otro, como tampoco pueden reírse a solas, sin compañía.

Y algo que no entienden los políticos, que la sonrisa sincera, natural, moviliza el rostro humano, mientras la risa fingida solo moviliza los labios, lo queda delatado al reír ante el mal chiste de un jefe o en la foto del afiche de un político que busca el voto, pero no la persona.

El Nacional

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