Mi regalo de madres. Aprendemos por imitación, los hijos e hijas incorporan a su vida lo que ven y viven en la casa, no lo que de forma reiterativa las madres cantaletean. Cuántas veces repiten las madres a las hijas que deben esperar al matrimonio antes de tener relaciones sexuales, y pocas obedecen.
En nuestra cultura, a las mujeres se les considera la manifestación de la tentación, templo del pecado y del placer. El cuerpo de mujer representa la antítesis de lo sagrado y por lo tanto debe ser castigado, mutilado e ignorado.
A partir de esta concepción, como el cuerpo de la mujer nace en el pecado, para purificarse debe cargar con el sufrimiento y dolor de la humanidad, y esto las mujeres lo han asimilado bien.
Las mujeres han sido educadas para socializar a partir del dolor, y ser valoradas por su capacidad de sacrificio. Al final de cuentas entienden que les toca.
Una buena madre pasa por ser abnegada, consagrada y en especial, poner su vida después de la vida de las hijas e hijos.
Una amiga contaba que su madre era una buena madre, sacrificada, dedicada y sobre todo había puesto a sus hijas en primer lugar. De hecho, dar la vida por un hijo, no importa que sea cuando es aún un embrión, podría ser considerado una expresión suprema de amor.
Muchas madres pasan la mayor parte del tiempo ocupadas, para que a sus hijos e hijas no les falte nada, sin saber que los hijos lo que quieren es ver a su madre feliz.
Si quieres hijas felices, debes ser una mujer feliz. Una buena madre debe enseñar con su ejemplo a valorarse como persona, a sacar tiempo para ella. Una mujer que disfruta de los placeres de la vida les enseña a sus hijas a vivir la vida a plenitud, no como un calvario. Una mujer que no tiene tiempo para ella, para su ocio, enseña a sus hijas a no amarse.
En una ocasión, a una mujer en su lecho de muerte le pregunté: ¿Qué le faltó hacer?, su respuesta me dejó sin aliento. Disfrutar, me he pasado la vida criando a mis hijos. Si tuviera salud, sacaría tiempo para pasear. Con movimiento lento, ladeó la cabeza hacia la derecha, miró hacia el cielo y sonrió. En tono muy bajo dijo, antes de casarme hice un viaje a Nueva York, disfruté tanto por las calles de Manhantan.
Ella partió, pero la nostalgia de su mirada jamás la he podido olvidar.