Opinión

Giotto di Bondone

Giotto di Bondone

No cabe duda de que Giotto di Bondone (1267-1337) sintió lo mismo que aquel troglodita cuando descubrió el retorno del bisonte y los venados desde la pared de su cueva, movidos éstos por los aletazos cambiantes de las sombras provocadas por las llamas de la hoguera. Por eso, Giotto hizo vibrar los viejos murales del agonizante gótico, que se encontraban atrapados entre los diáconos y las madonas e introdujo en los que creaba la vitalidad, la aureola y la pasión del hombre simple de las calles y mercados, e individualizando en paredes, muros, paños y otras superficies, la historia de su propio tiempo, abriendo las posibilidades del fresco hacia los linderos de una estética insospechada. Giotto introdujo, así, lo humano —y su esencia— en el quehacer estético.

Asimismo, Giotto asumió su propia individualidad y operó para el arte un proceso de humanización en la realización pictórica, no sólo de caballete, sino también en la muralística, en el retrato y en la imagen, donde el hombre y la mujer adquirieron la resonancia de un protagonismo con las señas y particularidades de su época, eso que Aby Warburg enunció como “el lenguaje visual de la pasión, la necesidad biológica como un producto intermedio entre la religión y el arte” (Warburg: “El ritual de la serpiente”, 2008).

Giotto encarnó lo que Warburg señaló “como un trascendental proceso evolutivo que marcó la transición del pensamiento medieval al renacentista”. Y esa transición no sólo involucró al arte, sino al mismo sistema literario, donde descolló Dante de Alighieri, considerado, aún, la más alta voz lírica de Italia.

Y digo de Italia, porque Dante luchó por la unión de la península itálica; una lucha que lo llevó al destierro y persecuciones políticas. A pesar de que los murales y retablos de Giotto se centraban en la temática religiosa, en ellos se encontraban presentes los vendedores ambulantes, los mercenarios de ocasión, las meretrices altivas, los explotados campesinos y, sobre todo —como una advertencia— los trepadores que siempre se mantienen al acecho para cazar oportunidades.

El Bajo Renacimiento es la primera manifestación del movimiento renacentista y ocupó una gran parte del Siglo XV, por lo que también se conoce como Quattrocento, Primer Renacimiento o Renacimiento temprano, y Giotto formó parte del grupo de artistas que asumió una trascendental participación en el periodo que forjó el mayor movimiento artístico e intelectual de la historia.

Entre ese grupo de productores miméticos se encontraban en arquitectura, Filippo Brunelleschi y León Battista Alberti; en escultura, Donatello y Ghiberti; y en pintura, Sandro Botticelli, Masaccio, Piero della Francesca y Fra Angelico.

Giotto explayó, amplió, esparció y selló la permanencia del mural como un implacable testigo de la historia, como una extraordinaria lectura, la cual fue apreciada y trascendida por Julio II, el Papa Guerrero; por Lorenzo de Médicis, El Magnífico; y por Francisco I, de Francia, que se llevó consigo a Leonardo da Vinci a Paris (1517), y cuyo mecenazgo hizo florecer las artes en Las Galias.

El Nacional

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