Opinión

¡Go home!

¡Go home!

Han transcurrido 53 años de aquel infausto día cuando tropas del ejército más poderoso de la tierra desembarcaron en Santo Domingo, pero la patria no olvida ni olvidará jamás la mancha indeleble que sobre su suelo sagrado dejaron las botas de su soldadesca y orugas de sus tanquetas que mancillaron de nuevo la soberanía nacional.

El 28 de abril de 1965, cuatro días después del estallido de una insurrección popular en reclamo del retorno de la institucionalidad democrática, el presidente estadounidense Lindon B. Johnson ordenó la invasión de miles de tropas sobre una nación pobre y agredida, cuya dignidad infundía un temor descomunal sobre los verdugos imperiales.

Esa invasión militar constituye uno de los episodios más vergonzosos en la historia de los Estados Unidos, porque hasta el día de hoy los historiadores de la Unión Americana ni los biógrafos del presidente Johnson han podido identificar razones o justificación para tal desatino histórico.

El valor y decoro de los dominicanos, atrincherados en el minúsculo perímetro de la histórica Ciudad Nueva, hizo saber al mundo que la generación en combate contra el invasor cumpliría con promesa duartiana de que este país podría ser destruido, pero siervo de nuevo, jamás.

A causa de esa intervención yanqui, los dominicanos sufrieron durante muchos años el flagelo de la represión política y extravió el camino que conduce hacia el anhelado estadio de plena democracia y equidad, como también cientos de jóvenes murieron a manos del aparato represivo heredado de los invasores.

Hasta el fin de los siglos perdurarán en la epidermis nacional las secuelas de una ofensa imperdonable e injustificable, perpetrada por miedo delirante a la dignidad y determinación de un pueblo a construir su propio destino sin amarras que lo aten a puertos imperiales.

La terrible secuela que causó la segunda intervención militar de Estados Unidos contra la tierra de Duarte sólo se atenúa con el inmenso orgullo y eterna gratitud que generaciones presentes sienten y dispensan a los héroes y mártires de esa guerra patria.

La resistencia heroica y épica al invasor de 1965 se equipara con las epopeyas bélicas que consolidaron la Independencia Nacional, que restauraron la soberanía canjeada a la Corona por un título nobiliario y con la historia de honor de La Barranquita. ¡Loor a los héroes de Abril! ¡Viva la República Dominicana!

El Nacional

La Voz de Todos