Opinión

Haití

Haití

Haití, para muchos habitantes del lado oriental de la isla, es como el lado oscuro de un corazón que se resiste a latir con tan incómodo acompañante, perdiéndose la oportunidad de descubrir que lejos de esa cercanía constituir un impedimento, pudiera ser, de poder sincronizarse los ritmos, un catalizador de irrigación sanguínea.

 Hay toda una historia de prejuicios y condicionantes que frenan las posibilidades de mancomunar esfuerzos; de hacer más llevadera la vecindad; de producir sinergias que bien pueden operar en beneficio de ambas partes. Esto fuera posible aun preservándose las respectivas identidades, si es que no puede alcanzarse el ideal como para comprender que la diversidad, en vez de empequeñecer, sirve para ampliar horizontes y que no solo adiciona valor lo que es blanco, de pelo lacio y ojos azules.

 Los responsables de todas estas estigmas forzadas, tergiversadas e interesadas, están enquistados en sendas elites políticas, económicas, sociales y culturales que obtienen inmensas ganancias del caos y del estímulo a los impedimentos de que las cosas se organicen, porque es precisamente en ese revuelto y proceloso río, donde surgen las mayores conveniencias de ese tipo de pescadores.

 Lo más lamentable de todo esto es que ese descarado proceso de cinismo y manipulación, procedente de esas cúspides de liderazgos hueros, ha contaminado la capacidad de percibir de los de abajo, mutilando su espontaneidad y, como consecuencia de eso, antes que reconocerse como víctimas de esa falsía, se ha inoculado en ellos una actitud de hostilidad que los presenta como irreconciliables adversarios en que cada uno visualiza sus posibilidades de avanzar en directa relación al retroceso del otro.

 El impase actual, proyectado en el ropaje de plumas, claras y yemas, no es otra cosa que el nuevo reflejo de todo lo anterior. Una vez más, la irracionalidad convenenciera de los que deciden, opera en perjuicio de los que padecen sus artimañas, con la agravante de que en el camino de la implantación de tales directrices, sus autores se embolsillan millones de dólares.

 Explicar esta veda, impuesta con tan ridículo argumento, a partir de algo distinto a una inhumana disposición que procura ganar dinero a costa de millares de pobres que tendrán que buscar más recursos para comer, es dejarse arrastrar por ese pasado que ha colocado dos pueblos de espaldas por la doble moral de quienes se lucran de esta situación. Ojalá no se intente resolver el problema con un disparate.

El Nacional

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