Opinión

Haití en Pekín

Haití en Pekín

Por sus múltiples necesidades, agravadas por fenómenos como el devastador terremoto de 2010 y su prolongada inestabilidad política, Haití ha sido visto y tratado como el traspatio de República Dominicana, sin reparar en los sentimientos de la población. Y no es ningún secreto que desde el genocidio del 37 cometido por Trujillo determinados sectores todavía tratan a los haitianos más como bestias que como seres humanos.

Pero a pesar de sus precarias condiciones de existencia, los haitianos han sabido mantener en  alto su identidad, un elemento que por aquí no se valora y que, ante cualquier asomo, suele recurrirse a los epítetos de ingratitud y desagradecimiento.

Es lo que ha ocurrido a raíz de la veda a la importación de pollos y huevos procedentes de República Dominicana (aunque la decisión estuviera motivada en un infundio como la supuesta presencia de la gripe aviar) y más aún con las condiciones que ahora reclaman empresarios haitianos para formalizar el intercambio comercial.

 Al margen de la donación de una universidad, de la solidaridad a raíz de la tragedia causada por la tormenta de 2010, el problema migratorio y de otros aportes, los empresarios haitianos quieren que en las relaciones comerciales entre los dos países prime el respeto mutuo, la justicia y la reciprocidad.

O sea, normas tan estrictas como las de la Organización Mundial del Comercio (OMC). El conflicto que surgió con la veda a pollos y huevos se ha tornado más tenso con la denuncia de empresarios dominicanos de que también los plásticos están en la lista de los productos cuya importación la vecina República condicionaría.

Todas esas acciones representan claros signos de que el intercambio con Haití va camino de situarse tan lejos como en Pekín, a menos que se entienda la necesidad de formalizar las reglas de juego.

 Los haitianos reconocen la soberanía del Estado dominicano hasta en la repatriación de residentes ilegales, pero han sido enfáticos en el respeto a los derechos humanos. Se trata de señales que no se pueden soslayar.

El Nacional

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