Opinión

Hijo del bolero

Hijo del bolero

Y 2
No puedo negarlo: soy un atónito esclavo del bolero y eso significa que en mi historia social se enrosca un ritmo de amor, una ilusión de colores donde se fusionan aquella España por la que preguntó Vallejo y este Caribe domador de tempestades.

Los hijos del bolero solemos recibir los crepúsculos junto al mar, en temblorosas evocaciones de trovas; solemos contemplar con refulgentes celajes los espejismos inconstantes del amor, los pinchazos donde el goce se derrite, donde lirios y rosas remozan sus perfumes, donde la madrugada canta amorosa sobre jardines y altos balcones, despertando sinsontes y cigarras hasta cubrir el horizonte de hechizos, y por eso agradecemos con el corazón en la mano a esos hombres que parieron las grandes melodías que inmortalizaron el bolero: Sindo Garay, Consuelo Velázquez, Ernesto Lecuona, Agustín Lara, José Antonio Méndez, César Portillo de la Luz, Armando Manzanero, Manuel Sánchez Acosta, Armando Cabrera, Luis Rivera, María Grever, Chucho Monge, Juan Lockward, Enriquillo Sánchez, Bullumba Landestoy, Mario Ruiz Armengol, José Sabre Marroquín, Mario de Jesús Báez, Gonzalo Roig, Adolfo Guzmán, Félix G. Caignet, Diógenes Silva, Salvador Sturla, Luis Alberti, Moisés Zouain, Luis Chabebe, Rafael Solano, Pepe Guizar, Gonzalo Curiel, Vicente Garrido Calderón, Moisés Simons, Eliseo Grenet, Álvaro Carrillo, Horacio Gómez, René Touzet, Roberto Cantoral, Juan Bruno Tarraza, Ema Elena Valdemar, Luis Kalaff, Chiquitín Payán, Pedrito Junco, Alfredo Gil, Osvaldo Farrés, Martha Valdés y Juan Arrondo, entre otros.

¿Oh, cuánto amor y desamor en las composiciones de estos hombres y mujeres curtidos bajo los sentimientos inmortales de los apegos, de la compasión y las nostalgias.

El bolero es un himno, una abrasadora pasión de cuatro por cuatro que podría convertirse en cien por ocho, en un millón por dos o la vida para siempre, porque donde truenan amor y vida el ritmo se disuelve entre altivas olas, sobre espumas de gloria atinando los cantos.

El bolero es un ronquido profundo como los misterios del bosque; el bolero es una fragancia donde Eva Garza eleva una plegaria y Leo Marini la recoge en suaves eructos que transborda la magia de Toña, envolviéndolos en tonos bajos que renacen en María Luisa.

Sí, soy un hijo del bolero, lo confieso sin ruborizarme y por eso cuando escucho los ruidos provocados por esos nuevos ritmos que me taladran como puñales de hiel, siento que la distorsión y la vulgaridad no conocen el amor, ni el desamor, ni el llanto sublime de saberse deseado.

Sí, soy un hijo del bolero y, por lo tanto, un heredero de los sonidos puros. De esos sonidos que germinan como arpegios divinos de guitarras y metales y se armonizan entre maracas y bongoes. Y por ser hijo del bolero soy un navegante cuyo periplo alcanza un diluvio de ritmos, de brumas, de soles y albricias. Soy una selva de voces que sobrevuela las quimeras; soy un apátrida de las melodías nacientes…

El Nacional

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