Opinión

Historia del hombre

Historia del hombre

El 12 de julio pasado se cumplió la segunda solemnidad de la muerte de Ramón Oviedo (1924-2015), el más fecundo realizador mimético de la República Dominicana. En ese aniversario recordé —como hago a menudo— mis vivencias, anécdotas y fructíferos encuentros con el Maestro, al que le escribí dos libros y múltiples ensayos y artículos periodísticos, y a quien no podré olvidar, debido a que con él aprendí la trascendente virtud del desprendimiento y de la facultad de no odiar, ni guardar rencor.

Por eso, deseo dar a conocer —a quienes no han acudido a visitar el Museo de Historia Natural— el mural “Historia del hombre”, que realizó en 1986 sobre un muro circular de algo más de ciento ochenta grados de circunferencia, en la sala de la edificación.

Este mural constituye una verdadera proeza en su ejecución, debido a que en menos de una semana de fatigosos trabajos continuos, Oviedo —subido en un andamio— impregnó de arte una superficie arquitectónica a la que ningún artista osaría llevar su arte, trabajando directamente sobre el pañete.

La mala iluminación del espacio obligó al Maestro a utilizar lámparas adicionales y allí desarrolló uno de sus grandes murales, transgrediendo la adversidad de la pared y narrando la historia del ser humano, en tanto que un conjunto de historias cósmicas que se organizan desde el mismo espacio multigaláctico y se asientan en este pequeño planeta.

Oviedo instauró en el mural múltiples imágenes que incluyen tótems, pirámides, pilones, torres arquitectónicas, cápsulas espaciales, satélites, mapamundis, cohetes y astronautas. Pero sobre todo, el Maestro afincó su historia en la cosmovisión de un ser humano que parte de un germen primario, de un huevo, de un útero materno y se expande hacia los confines de una antropología que deviene en el conocimiento y trasciende hacia la historia.

En el mural, Oviedo plasma con virtuosismo la avenida histórica de escritores, inventores, conquistadores y exploradores espaciales. El bermellón —uno de los colores distintivos del Oviedo de aquella época— da paso integrador al azul (el color de este pequeño planeta, albergante del ser humano) y que, iluminado por la organicidad de una existencia marcada por el germen primario, fragua el crisol vital que abre los discursos existenciales.

En “Historia de nuestro hombre”, Oviedo deseó plasmar, no sólo la historia del hombre, sino la vinculación del ser humano a la creación universal, y como todo creador dotado de facultades excepcionales, el Maestro conceptualizó la visión de que toda obra de arte debe ser totalizadora y, por lo tanto, capaz de transformar, contradecir y enfrentar su propia historia.

El Nacional

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