El Nacional
SANTIAGO.- Cuenta el libanés Khalil Jibran que en un reino remoto sus pobladores bebieron de un agua contaminada por un mago y, por triste consecuencia, enloquecieron.
Al encontrarse en esa situación perturbada ellos creyeron que era el rey quien estaba loco y decidieron rebelarse contra él y deponerlo del trono.
Enterado de los acontecimientos por venir, el monarca, reunido de urgencia con sus ministros, les pidió el mejor consejo para conjurar la grave crisis presentada.
El más lúcido de ellos le sugirió que sin pérdida de tiempo tomara del agua que había bebido el pueblo.
El rey decidió adoptar justamente esa decisión y al enloquecer en el acto sus súbditos vieron que su querido rey había sanado y vuelto a la normalidad.
En la Venezuela paralizada por el estupor de esa corrupción que llegó hasta los años 90 y que cubrió por encima de la garganta el horror de la gente desprovista de todo, los líderes políticos se comportaban como si hubieran estado viviendo en una de las mejores capitales del mundo desarrollado.
Su diseño del desarrollo lo presidía la idea de ir, por ejemplo, cualquier día y a cualquier hora en un vuelo estupendo a lo más lujoso de Miami, preguntar qué costaba cualquier cosa que atrajera su mirada, desde un carro último modelo hasta la bella y reluciente joya del mercado. A continuación pedían dos.
Y mientras una minoría de la élite política se entregaba a los goces del poder político el país se llenaba de pendejos, como les llamó Uslar Pietri a los que no disfrutaban del poder (que un día cualquiera desfilaron por la capital como un simbolismo que declaraba la inminencia del cambio).
Ese ideal de desarrollo era seguido por la erección de enormes edificios en Caracas que se convirtieron en panteones conmemorativos del despilfarro obsceno.
Ideal de desarrollo que se mantuvo ciego y de espaldas a lo que ocurría en términos de hambre y privaciones en la inmensa villamiseria llamada Los Cerros.
Esos grandes demócratas que vociferan hoy día en las calles y en los grandes medios de su propiedad y dicen lo que les viene en ganas -incluso que no hay democracia en Venezuela- se gastaron 50 mil millones de dólares de los años 70 en una vida de glamour y por todo lo alto, suficientes, esos dineros, para un despegue del desarrollo nacional a gran escala.
La gente pobre de Los Cerros siguió viviendo calladamente y como resignada a su destino amargo en sus casas de paja y tierra.
Y mientras, Venezuela se constituía en el asombro del mundo por la gran cantidad de reinas de belleza salidas de los concursos internacionales que en el decorado de fondo mostraban la pobreza como folclor y los grandes paisajes venezolanos como el producto de un progreso social que sólo se veía en las estampas del Ministerio de Turismo.
Hay mucha gente nostálgica de ese mundo frívolo y costoso que un día inolvidable para todos resultó estropeado por vientos de cambio inaplazables.
En medio de ese trance surgió un coronel que decidió casarse con la gloria.
Como es normal y corriente el poder de entonces decidió que ese hombre dispuesto a cambiar un estado de calamidad moral que era la vergüenza del mundo había enloquecido.
Lo encerraron y le hicieron juicio, pero muchos ciudadanos que despertaron abruptamente del letargo en medio de una asonada sólo momentáneamente fracasada, decidieron que la batalla de ese oficial de apellido Chávez contra los ladrones y desfalcadores tradicionales del erario público resultaba plausible y le respaldaron finalmente hasta las urnas.
Logró escapar con vida de la cárcel y se mantuvo fiel al proyecto original de sembrar una nueva realidad política venezolana.
Sus esfuerzos lo llevaron al mando de esa República por tanto tiempo dolida y golpeada.
Venezuela cambió pero los territorios organizados en naciones tienen dueños poderosos y esos dueños reclaman que les devuelvan lo que nunca fue suyo y que ya no les puede ser devuelto porque de algún modo se halla en manos del pueblo.
No hay nada que pueda liberarse del principio del cambio ni de las posesiones que pertenecen al tiempo que también es soberano.
Las potencias adversas al proyecto Chávez siguen enojadas y sus dirigentes rasgándose las vestiduras porque sus embajadores ya no imparten órdenes donde era común que lo hicieran.
Los pobres tienen un médico a las puertas, la gente que habita en las aldeas más lejanas es atendida en sus reclamos vía satélite y la visión social de la dirigencia de la República Bolivariana está más allá de los discursos llenos de una elocuencia huera que era la costumbre en la Venezuela que ahora es defendida por la gente que nunca tuvo nada y menos el derecho a vivir y a morir decentemente.
El petróleo no es el gran barril sin fondos de donde provenían las costosas mansiones de la élite política finalmente desacreditada no por la realidad bolivariana de hoy como aspiración continental hacia un socialismo con rostro humano, sino por sus propios errores de proporciones cataclísticas.
El dilema ahora es descifrar cómo puede caber Chávez en las ropas de un dictador si no hay día en que no lo insulten casi sin respuesta del gobierno bolivariano, cuando ha sido harto confirmado por los votos democráticos que ya no caen donde caían al antojo de la música de los muertos y cuando cada vez se hace más difícil volver por los caminos ya trillados de la democracia de unos cuantos.
El dilema es cómo fabricarle un traje de intransigente, de estúpido o de loco que no ha obtenido el consenso que han ansiado quienes conciben el progreso como el efecto inmediato de lo que anuncian los concursos de belleza y no lo que vive la gente cada día en cuanto a sentimiento, en cuanto a lucha por el porvenir y porque el valor de la palabra patria tenga un significado duradero no el de una consigna de los días festivos.