La verdad sea dicha, el santoral trae casi diariamente nombres de santos que pasaron a la historia hace cuchucientos años.
Porque dígame usted, ¿a que cristiano se le ocurriría ponerle a un hijo Paisis? Pero la cosa no se queda así, porque, ¿Qué me dicen de este otro apelativo: Cotilas?
Luego Ardames. El hombre al que su padre bautizó así, al llegar a la adultez tenía dos caminos: cambiarse el nombre legalmente, o abjurar de su familia.
Baracales. ¿Es un nombre de persona o de una isla del Asia fugitiva?
Gayano. Hay que tener una tuerca cerebral floja, o ser de esos cristianos que van con el calendario.
Proba. El individuo cuyos padres le dan ese nombre, debe quitárselo inmediatamente la ley se lo permita, y de paso indagar de donde rayos sacaron eso.
Aristocles. Para mí fue un error de imprenta y el nombre es Aristóteles.
Demetriano. ¡Por Dios! ¿Por qué no le pusieron el cristiano nombre de Demetrio? José Caffaso. Pensé que había leído José Canseco, el pelotero cubano, pero fue una equivocación.
El santoral tiene miles de nombres exclusivos, porque solo los utilizan sus dueños y, eso, en contra de su voluntad.
Muchos provienen del griego y otros del latín, pero al españolizarse aparentan nombres de marcianos. Metiéndonos hondo en el santoral, encontraremos hombres que pasaron a la historia, y produjeron enemistades perennes entre muchos padres e hijos. Hubo mártires cuyos nombres solo aparecen en algunos libros, porque hoy nadie se los pone a sus hijos, a menos que quieran ganarse enemigos gratuitos per sécula seculórum.
Ahora, en América hay países donde aún existen los indígenas ponen a sus hijos nombres que recuerdan los tiempos pre-colombinos, pero bien pre-colombinos.