No hay dudas de que tenemos un país sui géneris.
Para comenzar es eso la ley. Pero para lo que sirve, eso lo pueden decir aquellos que tienen números importantes a mano, cierto tipo de tarjetas con sus correspondientes escudos en la parte superior y quizás, en el dueño de esta tarjeta es mi amigo personal. O algo por el estilo.
Esto, para comenzar.
Luego tenemos los timbales del ex rehén de las famosas guerrillas colombianas, que capturan personalidades para luego canjearlas por cuantiosos sumas de dinero.
Ahora tenemos el caso de Oscar Tulio Lezcano, quien se mantuvo ocho años leyendo poemas de Benedetti, dándose después de un jartura de tiernos ratoncitos asados y, como postre, daba clases a los árboles.
Esta última parte me interesó. ¿De qué tipo de clases se trataría?
Conociendo a los árboles como los conozco, sé que, como nosotros, beben agua, aspiran aire fresco y a crecer se ha dicho.
Y son agradecidos los árboles, a menos que uno se equivoque.
Allá, en el Santo Cerro, donde tengo mi ducado, tengo mangos, lechozas, limoncillos, naranjas, aguacates, etc. Cuando hace buen tiempo, es decir, cuando les llueve a tiempo, me froto las manos del gusto porque, oigan esto, a mí me gusta recoger personalmente mis cosechas .claro, que con el auxilio de cinco peones.
Lo bueno del caso es mis frutos han tenido tan buena acogida que, cuando anuncio que el día tal voy a comenzar a decosechar (como dicen mis peones), ya tengo en el patio uno o dos camiones para comprar los frutos. Y yo, frente a ellos, con un saco de 320, preparado para ir empacando el papeletaje. Y, junto a mí, un peón de cara fiera (pero incapaz de matar un mosquito), armado con una formidable escopeta calibre doce, de repetición, a la que yo, personalmente, me he encargado de darle una fama que ya quisieran para sí los rifles F-16.
Terminad el compra y paga, arranco para La Vega depósito en mi banco lo cosechado y vuelvo al campo a repartir. Porque, aunque yo pago religiosamente al peonaje, les doy un extra, que los impulsa a volver al trabajo con más fe.
Y más que eso, sus esposas me mantiene limpia la casa y cuando voy me cocinan unos platos dignos de figurar en el menú de cualquier restaurante de lujo porque, aquí entre nosotros, yo soy amante de la cocina (hey, no se equivoquen) y preparo unas tórtolas a la sevillana, plato que pude probar en una ocasión que estuve en Sevilla (hay, que viaje ese).
De todos modos, dejemos a Oscar Tulio leyendo a Benedetti hasta el día que lo agarren asando potatoes. Ese día le cantarán ¡bingo!