Los valores que más desarrollan una sociedad son los de la clase media. Este ethos clasista tiene su basamento en la superación personal, en el ahorro, el trabajo cotidiano, la vida organizada, como forma de lograr ascenso social.
Luego de la muerte del tirano Trujillo, fue la clase media que trazó las pautas del desarrollo social institucional. Ni la oligarquía, ni mucho menos los más pobres, han podido ser estandarte (principalmente la primera por su historia rapaz) de logros sociales. Sin embargo, las constantes crisis económicas, las devaluaciones, la cultura de la corrupción imperante en la sociedad y otros factores, han llevado a un abandono de las creencias y aspiraciones de estas capas y sectores intermedios, prefiriendo mucha gente las maneras no institucionales para obtener progreso social.
El desincentivo de la ideología de la clase media es tal, que la gente ha ido desertando de la acción de escalar peldaños, mediante la superación y el esfuerzo personal. La dejadez es tan grande que muchas personas prefieren dejar la escuela y hasta pequeños negocios, para sentarse a esperar por las remesas, con tanta avidez que ni El Situado del siglo XVIII se compara. Más radicales aún son quienes, buscando riqueza fácil, han optado por la delincuencia y la violencia.
Claro está, tampoco queremos que se nos vea como zonzos imbuidos por cuentos de camino de que tú eres tu destino; no. La vida es cruel, injusta y caprichosa. Pero una ruptura con las normas de sociedades organizadas, daría paso a una especie de basiliscos y equidnas en Nemea. Por eso, hay que inculcar los valores de la clase media, y dejar la impronta en el imaginario popular de que para escalar socialmente es obligatoria la vía institucional.