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El gran enigma de la humanidad es saber de dónde venimos y hacia dónde vamos. Si bien es cierto que está claro lo que corresponde a cada ser humano en la naturaleza, buscar la felicidad a través del equilibrio del cuerpo, el alma y el espíritu, a muchos les falta saber cuál será o deberá ser su accionar y conducta en el paso por esta vida.

El problema, producto de dicho enigma, ha dividido a gran cantidad de pensadores de la antigüedad en dos grupos fundamentales: por un lado los epicúreos, seguidores de la moral de Epicuro, quienes buscaban el significado a la vida basándola en el goce ilimitado de los placeres. Son los hoy llamados hedonistas. El otro grupo contrapuesto a éste es el de los estoicos que resisten la tentación y la natural propensión humana a la lujuria y al placer. Esta tendencia encendió la chispa en los monjes y sacerdotes que flagelaban su cuerpo para someterlo a la virtud y la santidad. Sobresale aquí, San Francisco de Asís, Santo Tomás y San Agustín de Hipona, entre otros laicos y santos pensadores y redactores de la ortodoxia católica medieval.

Aquí, es preciso mencionar dos obras fundamentales relativas a los intentos por explicar o asumir una solución al gran enigma del hombre. La primera es “La Ciudad de Dios” de San Agustín, que describe un mundo terrenal santo, bajo el gobierno de Dios, donde no haya maldad; y la otra es “Utopía” de Tomás Moro, que describe un mundo ideal pero inejecutable, la palabra utopía precisamente significa no hay tal lugar.

Y sería esa ciudad de Dios, o ese mundo ideal, pero ejecutable lo que precisamente aspiramos todos los seres humanos, tanto mientras vivimos, como después de la muerte. En ambos mundos, la colectividad, el respeto a los derechos ajenos y la paz son parte de la primacía de los mismos.

Las autoridades y los gobernantes que están responsabilizados de la administración de los estados, basados en el derecho, son los primeros a cumplir con esta tarea y en segundo lugar está el compromiso de cada ciudadano. Estos dos grupos, gobernantes y gobernados deben trabajar en sinergia sin contrariar este mandato.

En la mayoría de las constituciones y las normas que rigen un estado, se proclama el defender y proteger el bien común; se constituye esto como la razón de ser de toda organización social, por lo que todo lo que individualmente pueda afectar el bien colectivo debe ser controlado.

Es común escuchar que la finalidad principal de todo ser humano es buscar la felicidad y lo más aceptado dentro de ese concepto lo explica el equilibrio entre alma, cuerpo y espíritu.

Sin embargo, las luchas ideológicas afectaron grandemente lo que sería la predicación del mismo, siendo la teoría capitalista desarrollada por Adam Smith lo que más ha afectado la primacía del bien común, a lo que se le iría agregando la individualización y las competencias consumistas. Aquello del pensamiento colectivo, de las ideas del “nos” quedó encerrado en un baúl, superado por el “yo”.

El Nacional

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