Opinión

Introspección sobre el genio de Dostoievski

Introspección sobre el genio de Dostoievski

Mi vida de adolescente no se caracterizó por el amor a los libros. Pensaba que leer era una forma de perder el tiempo; y, por demás, me provocaba cansancio y aburrimiento. En aquellos primeros años de la pre-adultez me interesaba más el béisbol. Solo tomaba una obra literaria en mis manos si de ella dependía obtener una buena calificación en el estudio de la gramática castellana, o para complacer el razonable afán de mi padre para que cultivara mi intelecto.

“El Principito” de Antoine de Saint-Exupéry, cuyo tema persigue demostrar que la inocencia es la virtud más alta de la infancia, por cuanto estimula a apreciar y valorar las cosas esencialmente importantes de la vida,  puedo  asegurar que fue la primera obra que verdaderamente leí. No obstante, el mensaje profundo de dicha historia, no fue lo que despertó en mí el amor por la lectura, sino “Noches Blancas”. Este relato, debido a su expectante trama, logró cautivar mi atención, y, en consecuencia, despertar el interés literario que hoy disfruto.

Aunque nunca lograba memorizar el nombre del autor, acaso  por ser ruso, si pude concluir que la literatura existencial me apasionaba, luego de leer Noches Blancas. Como por encanto de repente me di cuenta que también yo me estaba transformando con la “Metamorfosis” de Kafka, y los envolventes argumentos de los literatos estadounidenses Edgar Allan Poe, Scott FitzGerald, Ernst Hemingway y otros. Sin embargo, a sabiendas de que no cultivaron el mismo género literario, me atrevo a afirmar que el inmenso Fiódor Dostoievski en materia narrativa es el mejor.

Recién acabo de leer su novela psicológica “Crimen y castigo”, y, en verdad, no hay comparación posible. La fluidez y precisión cuasi perfectas con que Dostoievski relata al hilo el ambiente circundante, convierte en cineasta a cualquier lector; logra que uno  se envuelva de una manera subyugante en la trama, y que hasta viva lo que en ella sucede…  Si  como se ha dicho, sus grandes obras fueron fruto de un “inspirado trance epiléptico”, entonces, es cierto que no hay mal que por bien no venga…

El Nacional

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