Ante la oprobiosa y vergonzante situación que afecta al más añejo de los partidos que registra la historia política de la República Dominicana, y, sin duda, la más afrentosa, incluida la lucha por el liderazgo en el exilio que protagonizaron el doctor Juan Isidro Jimenes Grullón y Juan Emilio Bosch Gaviño, apenas fundado el PRD en La Habana, Cuba, en 1939, es refrescante el llamado a la unidad de tres dirigentes contemporáneos.

En efecto, la actitud unitaria de Luis Abinader, Guido Gómez y Eduardo Sanz, dice mucho de la preocupación del liderazgo emergente, frente a las consecuencias que habrían de derivarse de la felonía cometida por quien debió ser garantía de triunfo del PRD, sin que importara que el candidato hubiese sido Pichón de Burro, como me dijo mi padre que le razonó mi abuelo Laureano Herrera, cuando Juan Bosch se fue.

Sin embargo, a pesar de la buena fe que, es de suponer, acompaña al loable comportamiento, hay que reconocer que, a veces, la buena intención no basta para restañar ciertas heridas; sobre todo, cuando de por medio existe una incuestionable canallada. Los perredeístas fueron traicionados, y los culpables tienen que ser expurgados. Es la única forma de evitar que tan deleznable conducta se repita.

Ahora bien, ya que es innegable la connivencia entre la aún máxima autoridad del PRD y la cúpula leonelista, pienso que en lugar de proponerse un borrón y cuenta nueva, que es lo que en el fondo persigue el llamado a la unidad, lo conveniente es que de hecho se produzca la inevitable división. Que los dos sectores en contienda se aboquen a trabajar con miras a la próxima convención, y el que tenga más saliva, que coma más hojaldres.

¡Ah! También se comprobaría, si la estrategia peledeísta para ganar las elecciones, contempló que Leonel despachara con Miguel y Danilo con Hipólito, a los fines de ahondar más sus diferencias. Pero ahora que Danilo es el presidente, ¿qué?…