Opinión

Islario

Islario

Por increíble que hoy parezca, hubo un tiempo en que la dominicana era una sociedad de grandes sentimientos -ya patrióticos, ciudadanos, familiares, individuales y comunitarios-, aunque el jovencito, distraído por su reguetón estentóreo, no me crea.

 Sus órbitas enrojecitas por lo agrio de lo anochecido,  y sus pupilas dilatadas, fruto del estupor de los malos hábitos, parecen escucharme desde la perplejidad de  otra galaxia.

Lo grave del caso es que   no hablo de un tiempo ni tan remoto ni tan lejano. Hará cosa de unos treinta años. Minutos más, segundos menos.

La conocí dorada en la infancia, y en la primera y más inquieta adolescencia; húmeda, ensismada y un tanto caprichosa.

Cuando había un aguacero era una fiesta de chiquitines y novísimos enamorados. Había compinches en las ventanas y traviesos semidesnudos divirtiéndose “de lo lindo” bajo los caños y sobre los charcos.

Las calles se llenaban de risas y juegos tradicionales, y cuando el día era “de Reyes”, no faltaban ni el ruido espantoso de las cornetas, ni los juegos con pelota de goma contra la pared.

Hace apenas seis lustros, en la sociedad dominicana imperaba la confianza y la camaraderia. El vecino era un amigo muy querido y su casa, “la de la familia más cercana”.

Vivíamos ateridos a una atmósfera más fraterna y menos desquiciante, y todo eso, a pesar del ambiente de miedo, persecución y agobio político imperante.

Hoy vivimos como insomnes a la deriva. Nos desconsuelan los despropósitos. El desconcierto es el carácter popular. La inquina y la sospecha; el sentimiento comunitario.

Bordeada por el desencanto y  el ensueño de su postergado, pero muy necesario resarcimiento histórico; la sociedad dominicana semeja hoy  una muy dolida y  despavorida multitud.

Urge la reconversión de sus afluentes. La refundación de aquellos grandes sentimientos que le dieron origen y razón de ser. Atisbar puertos de salida más creativas. Fortalecer eficazmente, la base más fecunda de  sus sensibles estructuras.

Quizás el mayor  aporte sería, no seguir siendo esencia de  su actual desdén, deterioro y desmemoria.

El Nacional

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