Opinión

Islario

Islario

Quien toca, insufla un sorbo de ilusión e intemperie a lo tocado. Cada cosa encuentra su esencia en lo humano que le ronda. Y en una época de abismos impasibles y fulgores sitiados,  en que todas las artes se reconocen en lo profundo, parte de un todo infinito y fantástico; la pasión deviene muestra espectacular de un ardor fascinante, cuando no, puntual remembranza de un fuego cómplice.

Tal búsqueda, sucede a tono de expiación y de conjura. Remueve desde el inconsciente los goznes de la nada en la  memoria, y va en la piel, al tiempo que se goza y se padece en el espíritu.

Los artistas, en su ánimo recurrente de descifrar y descubrir, sólo atinan a develar y a representar parte de esos bordes; tintados siempre por el azar, pero a veces también por la melancolía.

Leonardo Durán (San José de Las Matas, 1957), artista polivalente de la Generación de los 80,  me pide unas letras cortas sobre lo imponderable. Le digo que sí de inmediato, por la admiración que siento hacia su obra y trayectoria, y al instante, en el interior del escriba, renace el miedo que reproduce lo blanco de la perplejidad, ante la inminente talladura de los acentos invisibles que habrán de dar cuenta en poco espacio de su evidenciado y flameado embeleso. 

Se trata de formas tintadas de mujer desnuda, a veces extasiada tras la hora del amor; sorprendida bajo la luz grave del amanecer, al socaire del lenguaje nada inocente de una apreciable imaginería y de una dotada y virtuosa eficacia técnica; donde el talento impone tonos, signos, símbolos, emblemas, alegorías; vueltas volcaduras aviesas en heridas de cuerpos tenues -pero en guerra permanente-, traspuestos en metáforas inéditas de confrontación y vigilia, nacidas en el centro de los elementos primarios que componen una psique particular, pletórica de estruendos y estremecimientos fabulosos.

Revista la huerta tintada de esos cuerpos formidables, en varias visitas vespertinas a su taller de mago y “conspirador impenitente”, llego a la conclusión de que esos requiebros formales de la pasión y el insomnio, no son otra cosa sino que un testimonio fresco y valiente del deleite y la perplejidad, provocados por la lectura de un incendio expansivo; donde un cuerpo halla en el otro su mundo y en el aire que le entorna y sirve de refugio, identifica el azoro milenario de su ser de extremos y consecuencias.

Se trata de una puesta en delirio de una escena impredecible.

El Nacional

La Voz de Todos