Como somos menos país -han muerto tantos grandes en estas últimos dos décadas-, y según las evidencias servidas por este azoro contemporáneo, es cada vez mayor el terreno trampeado por los fabricantes de despropósitos; debemos valorar el trabajo de exaltación, difusión y reconocimiento que anualmente hace el cronista Carlos T. Martínez (San Pedro de Macorís, 1945) a través de su serie bibliográfica Grandes Dominicanos, que bajo el sello editorial (¿?) de Producciones Catemar, alcanzará este año los XV volúmenes.
Sin reparar en bandería política, oficio, arte, profesión, estilo, raza, ideología, simpatía deportiva o credo religioso, El Deferente, ha sabido dejarse guiar por el hilo revelador de una metódica y audaz composición dialógica preestablecida, para hurgar con denuedo, de forma meticulosa y respetuosa, en cada uno de los periplos vitales de sus escogidos, con el sólo interés de resaltar el valor intrínseco de sus indecibles sacrificios, y proyectar con fidelidad de detalles aquellos tópicos innombrados de sus muchos o pocos, pero indiscutiblemente, significativos aportes comunitarios, refiriéndolos con gracia, tras un datado resumen en clave de currícula viva, pero serenamente ponderada.
Cantantes, abogados, diplomáticos, críticos de artes visuales, bailarines, compositores, jueces, actores, teatristas, poetas, escritores, ensayistas, políticos, locutores, pintores, músicos, periodistas, empresarios, productores radiales, presentadores televisivos, directores cinematográficos, en coyunda con líderes sindicales, empresarios privados, dirigentes comunitarios, pastores evangélicos, sacerdotes católicos, reinas de belleza, pintores, atletas, curadores y tramoyistas; componen un escueto mosaico de un más amplio abanico de representaciones icónicas de la realidad nacional, descubiertos por el fino e inclemente obturador de un comunicador con olfato, de reconocida preocupación social, evidenciada vocación pedagógica y reiterada aspiración literaria.
Carlos T. Martínez, El Deferente, avista un aporte y lo capta para la posteridad, que habrá de encauzarlo desnudo de asperezas, para los folios imborrables de la memoria colectiva. Él aún no lo sabe, pero apuesto que ahí estará cifrado su más auténtico legado y patrimonio.
Sus libros de consulta, enmarcan lo mejor de nosotros, y ahora que somos menos país, se hace más necesario para la sobrevivencia de nuestra alicaída egoteca nacional.