Natural de La provincia Esmeralda, don Ysrael Guzmán Ozuna, era lo más parecido a un patriarca que he conocido. Músico, ebanista, promotor deportivo, activista comunitario, y sin lugar a dudas; un gran padre de familia.
Reconocido por todos por la forja encomiable de una descendencia honesta, estudiosa y trabajadora, de donde han surgido profesionales meritorios, de evidenciada valía y gran aporte.
Médicos, enfermeras, contables, profesores, comunicadores sociales, artesanos, pequeños empresarios de la harina e ingenieros, conforman el numen formidable de su savia sabia y sincera mansedumbre.
Su ida física no sólo enluta a sus familiares cercanos, también a toda la comunidad de la provincia de Monte Plata, que supo destacarlo como un hijo orgulloso de sus orígenes, siempre dispuesto a promover o auspiciar los reales valores de su entorno.
Su deceso -siempre a destiempo-, se constituyó en una verdadera muestra de asistencia y duelo popular.
Llevado al sepulcro a pie desde su casa, el pueblo monteplateño le tributó una significativa despedida; muy dolida y nostálgica, con el trasfondo de una banda municipal que supo acompañarlo hasta su última morada, interpretando con gran pesar sus temas musicales queridos; las melopeas inconclusas que a más de uno conmovió y ensimismó.
Lo conocí hace 20 años. Temprano fui testigo de los referente patrióticos que conformaban su entramado ético.
Advertí de buena fuente los valores de su integridad. Supe de su civismo y de su estimado sentido de pertenencia.
Era la concreción humana de una entidad moral que rendía culto a la libertad, al arte popular y al genuino talento deportivo.
Su ser social fue constantemente puesto en brasas de la provocación y la ambición política. Mas jamás cedió a sus proclamas, prebendas, amenazas y bajas pasiones.