Opinión

Islario

Islario

Aquí hay  libros para todo y para todos. Sobre clavos, tornillos y máquinas industriales. Sobre cocina, sabores exóticos y viajes intergalácticos. Sobre cómo se hace el papel, las fichas de dominoe y el sancocho cibaeño. Sobre cómo se hornea un pollo y se atrapan y comercializan de manera inmisericorde las especies en extinción.

Sobre cómo se escribe, cómo se debe leer, comer, amar, dormir, pensar. Sobre qué tipo de ropa usar, qué dieta es más conveniente para bajar o subir de peso, mejorar la sexualidad o ganar amigos.

Sobre cómo empezar una empresa, cerrar un negocio, llevar una agenda, elegir un I pad, o producir una cinta cinematográfica.

Y así, sobre cuáles efectos electrodomésticos van acorde con el medio ambiente y qué tipo de postura física y política es la más decente y prudente, según el diseño del mueble, el tipo de evento público al que se asista o la función  gubernamental o diplomática que se pretenda.

Es que asistimos a una explosión bibliográfica maravillosa. Las publicaciones no cesan. Todos somos escribas bien intencionados y salvaguardas de la cultura. Defensores a deshora de la identidad nacional. Vigías puntillosos del decoro (un tanto) enclaustrado y reflejos del necesario civismo.

Esto es, albaceas memoriosos de heroísmos sin máculas, prohijadores de gestas imposibles; ávidas del afanar de cronistas, de compiladores ufanos y de cantores insufribles, a veces con tiempo retenido, “vista larga”, y gran prosapia.

Escribimos de lo que vamos a olvidar y de lo que queremos recordar. Llenamos folios y folios, subordinados a una garita secreta y maleable, de pudor y espasmo mal disimulados. Es que somos expertos. Exploradores con suerte  en El País del Nunca Jamás. Somos delatores, descubridores, especialistas e iconoclastas. Profesionales del ego inflado y la demagogia en tránsito perpetuo. Nos rendimos a los pies de la imagen. Sacrificamos al otro que nos refleja. Y aunque no lo queramos admitir, nuestra vida empieza con la letra “P”. Somos pendejos, patéticos, pintorescos y políticos. Es decir; somos humanos y postmodernos. Vivimos al extremo. Soñamos para sobrevivir. Nos “insomnia” la batahola de este ojeroso principio de siglo. Por esto intentamos “patentizar” el desconcierto, poniéndolo todo “en blanco y negro”, con la aspiración de atisbar una luz en el camino.

Decía Borges que en Argentina se cometen libros, como si fueran crímenes: Se editan, para luego escribirse y más tarde pensarse. Tal hacemos hoy. ¡Nos colma el júbilo de nuestro nombre impreso!

El Nacional

La Voz de Todos