Opinión

Islario

Islario

¡Oh Dios, llévate a los narcotraficantes, a los asesinos, a los agiotistas, a los sodomitas, a los sádicos, a los violadores,  a los vende-patria, a los falsificadores, a los que violan la luz de tránsito, a los que están en contra del aumento de salarios, a los correveidiles, a los usureros, a los sacrílegos,  a los que usando tu nombre abusan de la infancia, a los que bombardean pueblos pobres y matan ancianos,  inmigrantes, hombres desvalidos y amores embarazados!

¡Llévate a los que fingen, a los que traman contra la paz, a los que planean contra el amor y amenazan la libertad, a los terroristas, a los traidores, a los que roban el futuro de los otros, a los que discriminan, a los simuladores, a los  que fingen amistad, ternura y solidaridad, a los dictadores, a los delatores, a los que usan tu nombre para beneficiarse con cosas materiales, a los que no les importa su familia ni el medio ambiente, y en este hoy,  el achicamiento de la esperanza!

¡Llévate lo oscuro, lo pútrido,  lo obcecado, lo maleado, lo indiferente, lo innecesario; la barbarie de los días terribles, la noche mala de la lluvia espesa, la nada de los tantos, el veneno que reclama, el desdén que se multiplica y reaparece, el sopor y la baba enemiga, la canción que fragmenta por su mala conciencia, la intención que divide, el islote solo de las palabras sordas, nacidas sin viento y sin memoria! Te ofrecemos a cambio, el cuerpo y la imaginación de los congresistas, el estómago   de los políticos, el poroso declive del minuto enclaustrado, las cuatro paredes recrecidas del llanto, la mar de sueños rotos que nos colma; impotente ante lo animal y tendencioso,  el ánima sórdida, sin pasión ni temblor de los amigos laboratoristas, la infranqueable halitosis de los  choferes que se creen  dueños del país y sus sabanas, aquel trampeante de obreros extranjeros, ese comerciante sin hiel, puto de memoria, esta tarde sin magia, este estallido… Sólo devuélvenos a Luis Adames, Padre. Devuélvenoslo, sano y a salvo, Dios Todopoderoso. Basta con que decretes un cese al fuego en que sucumbe el tiempo prestado de tus hijos bienamados. De que  dispongas de  un espacio libre de caídas sin propósito, y de que ordenes un recreo necesario en medio de las embestidas cotidianas al alma.  ¡Te cambiamos el vacío de este instante sin sentido, por la resurrección del gen maravilloso de un ser  irrepetible!

El Nacional

La Voz de Todos