Opinión

Islario

Islario

Don  Francisco Javier –mi padre-, ha dicho siempre que “para poder decir”, hay que mantener “la voz activa”. No tener como trasiego de espanto un fardo de culpas onerosas, y mucho menos, un rosario asqueante de “cuentas pendientes”. Esto es, cuidarse de poseer una “cola”, que el día menos pensado le puedan pisar.

Él, en su profundo saber popular, ha delineado, desde que tengo memoria, una suerte de “ética de la crítica”, inédita, por supuesto, para su noble haber y conocer, pero sí viva, y retomada como aserto y conjuro cotidiano.

Como está escrito que he nacido sin tener la lengua envuelta, he hecho mío desde la infancia tal designio. De modo que me he dado el lujo de escribir casi sobre todo y sin ninguna apreciable cortapisa. Salvo la que media de madrugada el criterio de mis sueños, temores, aspiraciones y esperanzas.

Pero ha habido ciertamente uno que otro divertido intento de trapisonda. Escribo: “divertido intento de trapisonda”, y tiembla la pantalla. El adjetivo se corresponde por la forma variada en que éstas han hecho su aparición, y por la falta de creatividad con que sus aristas han sido –regularmente-, elucubradas y puestas en marcha. Puesto que no han  contado con la vigilancia extrema de una voluntad férrea, y mucho menos con el fuego incontenible de una incondicional vocación de aporte.

Pero dada la insistencia de tales y cuales, he decidido hacer una pormenorizada lista de mis reales desvelos, preocupaciones y debilidades. El objetivo es, tratar de validar  el triste hacer y proceder de algunos contra propios y extraños, al tiempo de “dotar” de un sorbo de sincera y cierta significancia su inútil pasatiempo.

Los que me conocen saben que soy débil con los sábados en la tarde y con el abrazo monumental de mis imprescindibles. Que me desvela que el pesimismo de algunos, se torne un día; pensamiento, religión y latidos de todos. Que ardo tras la defensa y desarrollo de mi país y que me apasionan a deshora sus afluentes; esos esguinces invisibles y desmemoriados –a veces rebeldes y con causa-, con los que activa su voz y ha sabido atar, su savia bienhechora, valiente y litigante.

Por eso, cada segundo apuro un nuevo aliento tras cada desaliento, y trago hondo para continuar  “campante” en el camino. Siempre “de pie como los árboles”. Tachando con los ojos cerrados lo insalvable del suplicio, y jurándole a don Francisco Javier –mi padre-, que jamás la voz de su hijo más viejo dejará de estar “activa”.

¡Nunca estará connivente con los despropósitos y mucho menos con las bajezas!

El Nacional

La Voz de Todos