Opinión

Islario

Islario

Uno no alcanza a comprender del todo a la naturaleza, pero se maravilla. Y también se inquieta, se agobia, se espanta, y, por supuesto, se conmueve. Así se suceden las cosas graves del día que nos colma el interior frente a los extremos.

Pongamos por caso, la aparición de lo terrible como noticia del asesinato inesperado de un cantor fecundo. Humano hasta la médula. Ágil en el habla y el poema. Puntual en el sueño y en la página; con la arcilla provechosa y oportuna en sus manos transparentes, frente al borde más huérfano y bandido de nuestro corazón. Intimo y vivísimo en la memoria. Eficaz para estimular a la vigilia, despertar la sabiduría del inconsciente y remover con esmero los recovecos inocentes e inéditos del intelecto.

Del otro lado;  la mirada del niño que no soy, pero es tal el parecido que a la realidad la pone con las patas arribas. Entonces aparece la magia y el embeleso. La manita que te conoce y acaricia los recodos del pasado. Y ahí es  cuando te salvas momentáneamente de la intemperie. Te ves invicto, radical, revolucionario. Soñando una fuga. Nuevo para los combates tras la búsqueda del amor verdadero. Novísimo para los afanes que supone la construcción de una Patria digna e innegociable. Ataviado de punto, espuma y coma,  con la ilusión como alforja de un mundo convidante. Con la vida a flor de espera. Y la sangre en ronda; caliente, dispuesta con todos los modos habidos y por haber para fundar una voz.

“Así suceden las cosas cuando pasan”, diría Woody Allen. “Y es la vida y es la muerte, Damas y Caballeros”, oyes decir. El trasunto indetenible de la gloria y la derrota; la exquisitez y el asco; la civilización y la barbarie. -¡Que para esta vaina de “viene y va” de la vida no hay derecho ni tiempo coño, digo, “caramba”! Un día te amuebla la esperanza y otro, te hiere la fe en el hombre y su porvenir.

De eso “versaba” siempre Facundo el fecundo. Pero un hombre sin alma entendió como peligroso habitar el planeta junto a otro sin frontera ni distancias, pero con gran imaginación.

Hay pruebas de que Facundo trazaba caminos con la cadencia de un gigante creativo y fraterno, y que estos se reproducían al inicio de muchos otros afluentes apalabrados; místicos, a fuerza de amasar un humanismo auténtico, cuya fortuna era un candil apasionado e incorruptible, sin parangón posible ni estridencias.

¡He ahí su delito!

El Nacional

La Voz de Todos