Opinión

Jueces y sentencias

Jueces y sentencias

Las leyes ordenan la vida en sociedad, tanto fijándole límites a lo que está permitido como previendo las sanciones a los excesos. Es comprensible que los abogados no concordemos respecto del sentido y alcance del ordenamiento jurídico, toda vez que lo interpretamos no para garantizar la correcta aplicación de sus normas generales y abstractas a los supuestos de hecho que regulan, sino para favorecer las causas que se nos confían.

Alejandro Nieto, en su obra “El desgobierno judicial”, expresa que es justamente ahí donde radica “la importancia del juez, pues es a él a quien corresponde aclarar las leyes, disipar las dudas, precisar las obligaciones y dar a cada uno lo suyo”. Sin caer en perífrasis, el formidable catedrático español pone de prisa el dedo en la llaga: “Pero nada hay más alejado de la realidad, porque para empezar, las opiniones de los jueces son tan dispares como la de los abogados… No hay pretensión alguna, por disparatada que parezca, que no venga apoyada en alguna sentencia”.

Entre nosotros sucede lo mismo; litigar equivale a penetrar en un laberinto de respuestas tan aleatorias como las de la ruleta rusa o una partida de póquer. El torrente de sentencias contradictorias sobre asuntos idénticos, dictadas incluso por un mismo juez al mismo tiempo, son pruebas irrefutables de la imprevisibilidad judicial.

Predecir los desenlaces, aún si se parte de los criterios sentados por la Suprema Corte de Justicia, es siempre una apuesta temeraria, de lo que puede colegirse que la seguridad jurídica es, por desgracia, una ficción. Nadie discute los factores que amplifican los márgenes de que disponen los jueces para decidir, pero abusando de esa discrecionalidad amontonan fallos tan risibles como aberrantes.

No sin razón, Nieto concluye quejándose amargamente: “Con este trasfondo se comprende la exactitud de la alegoría de la Justicia con los ojos vendados, a la que ahora podemos dar una nueva interpretación. Porque es ciega en verdad, pero en la mano no lleva la balanza, sino un puñado de cupones de lotería con las que va repartiendo fortuna al azar”.

El Nacional

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