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La agonía del Bolero

La agonía del Bolero

Hasta que en el año 1952 instaló un negocio de lavandería, mi padre laboró como empleado privado mal remunerado, en nuestro hogar vivimos, como se dice popularmente hoy, en olla. A partir de ahí disfrutamos de una moderada bonanza, y quedaron atrás los días en que mi casi única diversión consistía en escuchar durante horas música en la radio.

Pero ya mi afición por la música popular había metido en mi memoria la letra y la melodía de centenares de merengues, guarachas, sones, danzones y boleros, especialmente de estos últimos.
Se debió en gran medida a que la letra de las canciones de este género musical describe interesantes situaciones reales o imaginarias de la vida romántica de los compositores.

Los boleros me han inspirado varios temas de los artículos costumbristas, que publico desde hace más de cuatro décadas en diarios y revistas, y que he recopilado en volúmenes.

Y hubo una etapa de mi vida en la que utilizaba en mi conversación lo que mi viejo amigo, el talentoso periodista y escritor Juan José Ayuso, denominaba citas boléricas.

Una amiga de mi barrio San Miguel adquirió una inusual destreza en estas menciones, con las cuales sorprendía, o más bien divertía, a todo tipo de interlocutores.
No me canso de relatar la ocasión en que, al decirle que estaba mostrando una visión demasiado pesimista sobre el alma humana en su conversación, apeló a la letra de un bolero al responder: tú tienes que ayudarme a conseguir la fe que con engaños ya perdí.
Y un día en que me extendí en elogios a lo hermosa que lucía con la vestimenta que llevaba, brotó de sus labios la súplica contenida en una romántica canción: miénteme más, que me hace tu maldad feliz.

En el año 1963 una novia a quien quise mucho, rompió bruscamente el idilio para involucrarse con un hombre adinerado, y como era de esperar, me hundí en lo que en el lenguaje popular dominicano se conoce como “amargue”.

Y una noche, en que el sueño hizo mutis bajo mi sábana, escuché en la radio un bolero que relataba el dolor de un desamor que el tiempo hizo desaparecer.

“Vuelvo a reir cuando hay motivo de alegría, vuelvo a sentir las mismas ansias de vivir”, afirma el compositor, que al final confiesa no sabe si olvidó a la amada por cobardía, o por natural conformidad.

Bailando boleros, por la proximidad de los cuerpos permite, millones de hombres y mujeres han iniciado un romance, y además es conocida su generosa carga nostálgica.

Desafortunadamente, en los tiempos que discurren, el bolero está de capa caída, siendo sustituido por un tipo de música que podría definirse más bien como ruido, y con letra inexistente o vulgar.

Me apena que destacadas vocalistas criollas, cuyos nombres no enumeraré para no caer en lamentables omisiones, no sean contratadas con la frecuencia de un pasado relativamente reciente.

La mayoría de los vertiginosos ritmos populares de hoy no requieren proximidad de anatomías de parejas danzantes, por lo que se infiere que de sus notas no surgen muchos noviazgos.

Los que como yo contamos numerosas decenas de edad biológica seguimos a través de los discos disfrutando de nuestra adicción bolérica, y emocionándonos con las composiciones que bailamos, y con las que recordamos noviecitas de adolescencia y juventud.

El Nacional

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