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La atmósfera sombría del trujillato

La atmósfera  sombría del trujillato

El reputado siquiatra dominicano Antonio Zaglul fue el creador de una tesis que denominó “La sicopatología del gancho en el pueblo dominicano”. En ese estudio, que generó opiniones de apoyo y en contra, afirmaba que el criollo mezclaba en su sique el pesimismo y la desconfianza, y lo fundamentaba con la descripción de actitudes, frases y situaciones específicas.

Como nací en el año 1935 sufrí gran parte del largo periodo de la tiranía trujillista, y como la casi totalidad de mis conciudadanos viví bronco, chivo, alerta y desconfiado, frente a cualquier comentario en contra del funesto régimen.

Pero en más de una ocasión caí en el gancho de hablar mal del llamado benefactor de la patria y padre de la patria nueva, provocando varias veces que mis contertulios pusieran sus pies en polvorosa.

En los años de la década del cincuenta se transmitía por una radioemisora una novela con las aventuras de un príncipe de la india llamado Tamakún, a quien su creador llamó El vengador errante.

La filosofía vivencial aventurera del personaje estaba contenida en esta especie de lema: Donde el dolor desgarre, donde la miseria oprima, donde la maldad impere, donde el peligro amenace, allí estará Tamakún, el vengador errante.
Una noche estaba sentado con un grupo de amigos de mi barrio San Miguel en el parque del sector, le aplique al principesco héroe radial el mote de farsante.

Y cuando mis interlocutores preguntaron el motivo de aquel término insultante, dije que si fuera cierto lo que decía en su discurso, ya hubiera llegado al país para sacar a Trujillo del poder.

Segundos después era yo el único que permanecía con mis glúteos posados en uno de los bancos de la plaza, mientras mis interlocutores abandonaban casi corriendo el lugar.

Un amigo me relató una historia en la cual Trujillo y su hermano Héctor volaban en un avión militar.
Ambos no se habían puesto de acuerdo acerca de si lanzar un billete de mil pesos al espacio para hacer feliz a una familia, o dos de quinientos para alegrar dos hogares.

Ante su indecisión, el piloto de la nave aérea, sacó valor para decirles: lo que deberían hacer es tirarse los dos para hacer feliz a un pueblo entero.
Otro chiste desbaratador de grupos contaba que el dictador estaba en una fiesta en casa de un pariente, y se acercó uno de los invitados para decirle:

-Jefe, quiero hablar con usted, pero tiene que ser allá en el fondo de esta casa, porque alguna gente dice que aunque usted es muy cruel con sus enemigos políticos, en el fondo es un hombre bueno.

En los medios de comunicación de la era de Trujillo abundaban las frases elogiosas para el tirano y su obra de gobierno.
Cuentan que un ciudadano, quizás con la esperanza de que lo nombraran en una buena posición oficial, escribió en un periódico un artículo que tituló: “Trujillo, un pretexto de dios para estar en la tierra”.

Otro caballero, en un artículo donde elogió la belleza de la mujer dominicana, dijo que estas tenían el cutis hermoso y lozano gracias al clima de paz y progreso de que disfrutaba el país.

Todavía hoy los dominicanos de edades pasado el meridiano cuentan lo que respondió un comerciante chino, cuando alguien le hizo la pregunta de cómo estaba la cosa.
-La cosa está buena, pero no se vende.

Uno de los hechos más ignominiosos de la tiranía del perínclito fue la persecución sufrida por un grupo de abogados, que no mencionaron al jefe en los discursos pronunciados durante el homenaje a un colega en el Hotel Matún, de Santiago.
El humor dominicano utilizó el lamentable suceso para inventar un chiste relativo a un orador que desarrollaba una charla acerca de Cristóbal Colón.

Cuando anunció que estaba a punto de finalizar su disertación, una persona que estaba sentada a su lado, le susurró al oído: acuérdate de lo del Matún.

Sobresaltado, el conferenciante puso punto final al discurso con estas palabras: debo admitir que la hazaña de Colón palidece ante la obra de progreso del generalísimo Trujillo.

El Nacional

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