Reportajes

La bochornosa, cruel y despiadada venganza del imperialismo

La bochornosa, cruel y despiadada venganza del imperialismo

La demanda del profesor Juan Bosch contra el Comité pro Instituto Nacional de Estudios Cienematráficos (Cinec) había fracasado. Y aprendimos la lección del circuito de cine, cuando iban a linchar a Horacio Almanzor y René Fortunato.
Pero habíamos logrado una gran hazaña al arrebatarle el proyector Kalart Victor al imperialismo yanqui. De manera, que el circuito de Cinec siguió llevando las orientaciones revolucionarias a las masas irredentas.
Y el próximo peldaño en la búsqueda de la cristalización de nuestro sueño, de que hubiera un lugar donde se enseñara cine en el país, fue fundar el Instituto Dominicano de Cine y Televisión (Idocit).
Con su propio local en la García Godoy número 4, Idocit se creó gracias a la generosidad de mis amigos Félix Fernández y José Bujosa Mieses (El Chino). Fue una verdadera escuela, donde integramos a los teóricos más lúcidos de la época: Humberto Frías, Arturo Rodríguez, Armando Almánzar, Pericles Mejía, Omar Narpier y otros.
El mayor éxito del Idocit fue en la fotografía. Todavía recordamos compañeros que hicieron de esto una profesión, tales como Juan Uribe Pichirilo, el jefe del área en El Nacional por muchos años, y muchos más.
Pero, también, Idocit fue el lugar donde se produjo uno de los enfrentamientos más terribles que tuvimos con el fatídico imperialismo norteamericano, “en defensa del proletariado y las masas populares”. Allí nos vimos, cara a cara con el monstruo. Y la batalla fue brutal. Sin cuartel y sin tregua.
Sucedió que un día exhibimos una película sobre la historia del cine. Entre los primeros en llegar estaban Edison Rivas, Víctor Lugo, Raúl Molina, Gilberto Ramírez y Horacio Almánzar. También, Andrea Camarena, Ramón Figuereo, Rafael Portorreal y muchos otros.
Y luego de las palabras introductorias sobre la necesidad de la creación de una escuela de cine, comenzó la proyección de lujo.
Pero al poco tiempo, el proyector se atascó. Víctor Lugo trató de desenredar la cinta, pero se tardaba un tiempo, hasta que uno de los presentes se acercó, hizo dos movimientos en el aparato y, acto seguido, continuó la función.
Pero no por mucho tiempo, pues al poco rato volvió a oírse el “crak, crak, crak” y, el amigo de antes, que no se había alejado volvió a intervenir exitosamente.
Eso ocurrió otras dos o tres veces, pues al parecer los orificios de la cinta estaban maltratados. Afortunadamente, el amigo visitante nos sacó siempre de apuros, pues parecía conocer bien esos aparatos: con sólo tocarlo, como Merlín el mago, lo hacia funcionar.
Luego de finalizada la exhibición procedimos al típico cine-fórum y, después de varias loas, ditirambos y aleluyas a la revolución, nos fuimos todos. Todos, menos René, que estaba anclado en el local y Víctor Lugo y Horacio Amánzar, que se encargaban de poner los equipos en su lugar.
Pero cuando iniciaban este proceso sintieron la presencia de alguien más: el amigo que les ayudó seguía cerca de ellos.
Y, tranquilamente, del modo más olímpico, señalando una plaquita adherida al proyector, les preguntó:.
–¿Ustedes ven lo que dice ahí?
Y, antes de que ellos le respondieran, el extraño personaje les lee: –“Propiedad de la embajada de Estados Unidos. USIS”.
¡Ay, coño!, cuando lo pintamos para ocultar el robo no le quitamos esa maldita plaquita!
René estornudó. Horacio se quedó mudo.
Pero Víctor lo enfrentó con firmeza. –¿Y eso que le importa a usted?
El hombre se pega más al aparato para decir:
–Este proyector es de la embajada americana, yo soy un funcionario de allí y me lo voy a llevar ahora.
Horacio traga en seco, René palidece. Pero Víctor, inconmovible, contraataca:
–Ahora ese proyector es de Cinec y se va a quedar aquí.
–Eso no es posible –el hombre sigue impertérrito. Inalterable. Y sombrío –La policía está avisada. Y sólo esperan por mí para venir a apoyarme. Me lo voy a llevar ahora mismo.
Aquí, las “aguerridas tropas del proletariado y del campesinado”, que luchaban contra la “penetración cultural” y “la alienación del capitalismo” (pero que se habían robado el proyector) sienten la desventaja. Piensan en ganar tiempo. Y proponen una tregua.
–Vamos a hacer una cosa…– Víctor Lugo está sereno–… vamos a devolverlo. Pero tiene que ser mañana, cuando esté aquí Jimmy Sierra, él hablará con ustedes.
Y así fue, al otro día no hubo una disculpa en español sino, con “el moco pa’ abajo”, el consabido “I’m sorry”. Tuvimos que bajar la bandera y tocar retirada, consolándonos con esta frase de El Quijote: “No huye el que se retira, porque has de saber, Sancho, que la valentía que no se funda sobre la base de la prudencia se llama temeridad… yo confieso que me he retirado, pero no huido, y en esto he imitado a muchos valientes que se han guardado para tiempos mejores”.
Esto, mientras en la casa de al lado se oía la burla que pueden escuchar en:
https://www.youtube.com /watch?v=4b-by5e4saI
Fue una derrota pasajera, pues en poco tiempo, nos tomaríamos la revancha, como les contaré en la próxima entrega, pues nada nos detendría en el camino de la búsqueda de un cine nacional.
Todo eso es irrefutable. Yo puedo decirlo.
Yo estaba allí.

El Nacional

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