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La creación y los creadores

La creación y los creadores

Hay quienes tienen capacidad creativa innata y nunca-por razones nutridas de enigmas-la ejercerán.

Tienen dudas razonables e irracionales cruzándose en las oscuras habitaciones del cableado mental.

No se atreven a dar el próximo paso y nunca lo darán.

No podrán alumbrar nada y se quedarán con sus discretos cuadernos, sus dones y talentos guardados por ahí.

Hay creadores francamente pedestres que nunca debieron intentar tomarse esa molestia ni causársela a otros con una publicación espantosa.

Pero el bosque no es sólo primavera y rosas y sonoras posibilidades.

Hay una génesis del alma esperando que un pantocreator renacido le otorgue vida nueva.

Hay, debe decirse con horror y franqueza, entre sus porosas resinas, sus aromas y sus atardeceres divinos, paja, hojarasca y francas inutilidades.

Hay seres que tienen un espíritu elevado y la capacidad de trasmutarse en seres cercanos a la divinidad.

Pero no escriben

El candelabro de la creación no les alumbra para esas operaciones de la conciencia y de la imaginación.

No les interesa crear o no nacieron con la vocación escritural y no la desarrollaron. Les basta soñar y despertarse con las manos vacías.

Ilimitado

El éxtasis que los lleva por los cielos ofrece la suficiencia de lo ilimitado.

Hay, en cambio, una categoría minoritaria de creadores portentosos que reúnen las gracias del dios de cuyas manos nacen criaturas nuevas, con luces de inmortalidad.

El arte de crear carece de los artificios del populismo y al mismo tiempo, de las cuestiones clasistas y elitistas que parecen ciertas pero devienen ilusorias.

Seres completamente ordinarios se tornan extraordinarios al producir una obra densa, deslumbrante, capaz de ser tomada en cuenta por la fuerza discriminatoria del tiempo.

Son raros, sin embargo, aquellos satisfechos que crearon algo realmente perturbador, estremecedor, profundo, desconcertantemente admirable que, al fin, va a merecer el rango de obra de arte

Entonces, crear una obra de arte no es un producto simplista del deseo obsesivo, de la envidia, la admiración o el esmero.

Es este un proceso más misterioso e intrincado.

Y puede contener pequeñas e imperceptibles filamentos de esas sombras innecesarias pero ellas no serán en modo alguno dominantes en la integridad de la obra.

Crear es reproducir, de ser posible, los primeros días de antes del tiempo.

Es en algún modo descrear, desconstruir a lo derridá, reanimar una realidad que mereció recuperar la existencia en el goce de lo bello y lo admirable.

   Lo menor

Si ello no es posible, siempre se podrá realizar una obra menor, lo cual no resulta pecaminoso.

Pero téngase claro que el tiempo no le otorgará la compasión que a lo mejor esperaban su progenitor en las noches febriles de su discreto alumbramiento tal vez repentino.

Ahora bien, ese no es un problema de nadie en particular sino del capricho de los talentos que tienen la odiosa costumbre de alojarse no dónde debieran sino como al azar, en cualquier lugar pero no en todos.

Las grandes creaciones parece que hubieran surgido comoquiera, no importa en qué cerebro se cociera la pasta originaria.

Cerebramos clamorosamente la victoriosa aurora de esa gran novela, del relato entrañable, de la maravilla poética que nos diera un afortunado poeta ungido con esa fuerza paradidora de estrellas.

Pero esta no más que la revelación de un hecho que estuvo ahí gobernado por la incógnita de lo que no había podido emerger hasta que un buen día le llegó la hora, el climax decisivo.

Decir esto y operar una cortante subjetividad no hacen mayores diferencias.

Quien dice que hay un Destino que decide calculadamente cuándo mover sus hilos invisibles y todopoderosos para que las cosas simplemente sucedan?

Quien dice que no lo hay y que la sola voluntad es suficiente para que la genialidad se imponga sobre el tedio de lo inútil y lo superfluo con su demoledora e irresistible poderosidad?  

El Nacional

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