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La danza de la Tierra

La danza de la Tierra

Hace 2 mil millones de años la superficie del planeta era muy diferente de cómo luce hoy: la Tierra estaba conformada por un solo continente arcaico llamado Columbia. A causa de los movimientos debajo de la corteza terrestre, provocados por el continuo roce de las placas tectónicas, Columbia se desintegró en islas.

Pasados unos 50 millones de años más, surgió un nuevo supercontinente llamado Rodinia, que duraría unos 1000 millones de años relativamente estable.

Eso es lo que siempre ha tenido lugar debajo de nuestros pies, en el manto terrestre, un denso fluido que comienza unos 40 kilómetros debajo del suelo y se prolonga en profundidad hasta el límite del exterior del núcleo terrestre, 5 mil kilómetros más abajo.

Por ese motivo, millones de años más tarde Rodinia corrió la misma suerte que Columbia, desintegrándose hace 600 millones de años, de cuyos restos geológicos surgiría Panotia, que terminó exactamente igual que sus “ancestros” continentales fragmentándose en pedazos, que es justo como se mueren los continentes, a causa de la acción magmática en el corazón de la Tierra, levantando volcanes furiosos, creando valles y destruyendo cordilleras.

En ese interminable hacer y deshacer de las tierras emergidas surgió Pangea, el último supercontinente que prevaleció de esa forma hasta hace 250 millones de años. Y como los grandes sistemas anteriores,  siguió el mismo derrotero, partiéndose brutalmente hasta dar origen a los 5 continentes actuales.

Esa es la patética realidad del planeta. Por eso la Tierra tiembla, porque todo se está moviendo “debajo de nuestros muertos”, como dijera el poeta francés Paul Valery, en virtud de que hacia el centro de la Tierra, esa densa sopa de magma ardiente mencionada arriba: el consabido manto, es un consomé que siempre está bullendo inconteniblemente en las calderas más profundas del globo.

La Tierra tiene corazón de hierro y eso se hace notar 5 mil kilómetros y pico más arriba en la superficie, donde los humanos hacemos nuestras vidas.

Las cuarteaduras del planeta, sus roturas, pomposamente llamadas por la geología Tectónica de placas, son sólo eso: fracturas en el “asfalto” de la bolita del mundo, heridas no cicatrizadas en el rostro del planeta.

Así lo prueban los cerca de 2 millones de terremotos que se producen al año y las más de 500 mil islas que hay en el mundo, testimonio irrevocable de que las tierras emergidas están destinadas a seguir colisionando eternamente, unas con otras.

En ese proceso se destruyen ecosistemas, mientras animales, ríos, mares, bosques y selvas enteras son devorados tras furiosos cataclismos volcánicos y mega terremotos. 

América del Sur se desprenderá del delicado hilo que precariamente la ata con Centroamérica a la altura de Panamá. México formará tienda aparte, alejándose de Norteamérica. Alaska colisionará con Siberia, en Rusia, allá en el Polo Norte.

África se estrellará con Europa, embistiendo a España como un choque de trenes tectónico. La India persistirá penetrando a Asia. Canadá seguirá dividiéndose en zanjas atroces, no en vano, fíjese bien en su mapa, Canadá posee enormes islas que en tiempos remotos formaban un solo bloque. Brasil se partirá dramáticamente, Chile se fragmentará en miles de pedazos, Turquía será hecha añicos, tal como hoy luce el mapa de Grecia y así sucesivamente, en un infinito y funesto etcétera.

De hecho, China y Japón, escenarios de terremotos impresionantes en los últimos siglos, y que han matado 2 millones de personas en 2 mil años, llevarán la voz cantante en el futuro cercano de la Tierra, quizás dentro de unos 50 mil años o menos, cuando Asia comience a despedazarse.

Esa es la realidad: el mayor continente y el más poblado, es en realidad un castillo de arena a punto de desmoronarse, según dan cuenta las inquietas fallas tectónicas del Cinturón de fuego que expone tanto al remeneo a China, Japón, Indonesia, Filipinas. Cual una delicada pieza de porcelana que se nos cae de las manos, la superficie del planeta se romperá de tal forma que quedará irreconocible.

Moraleja: el terremoto de Haití y todos los terremotos que ha padecido la civilización humana en los últimos 3 mil años, sólo son pequeños tumbos de los grandes remezones que ha vivido y seguirá experimentando nuestro planeta en los siglos por venir.

¿Acaso el proceso ya ha comenzado? Eso nunca podrá saberse, pero de que sucederá algún día… definitivamente sucederá.

El Nacional

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