Opinión

La globalización

La globalización

Orlando Gómez Torres

No obstante a que hoy la humanidad se da el privilegio de hablar de la inequidad y desigualdad en la distribución de las riquezas como uno de sus mayores males, y no de la pobreza extrema como lo hacía hace 20 años, al proceso de apertura de mercados y eliminación de barreras comerciales, que logró sacar a casi mil millones de personas de la pobreza en las últimas décadas, le ha tocado convertirse en la piñata del discurso político de los últimos años.

Sea de la izquierda o de la derecha, por razones igualmente equivocadas, las clases políticas han decidido levantar el dedo en contra de la globalización buscando culpables de sus propias ineptitudes.

Los callados resultados de la globalización están por todo nuestro alrededor. Desde el empleo suyo o de algún familiar, hasta el celular o computadora desde el cual probablemente está leyendo este artículo, son posibles y pudo ser adquirido por usted a un precio razonable gracias a la globalización y la especialización de las economías nacionales tal y como siempre lo predijeron los economistas con credibilidad.

El vehículo con la más reciente tecnología, la televisión smart que ahora adorna su sala, hasta la ropa que tiene puesta, usted la tiene y pudo adquirirla sin empeñar la casa, gracias a la economía de escala y la salvaje competencia que ha creado la globalización. La transferencia de bienes y servicios con relativa facilidad entre las fronteras se ha convertido en algo tan común, que no sólo es difícil imaginar como funcionaría el mundo sin ellas sino que cuesta mucho recordar como era la vida antes de estas.
No obstante ello, en el mundo persisten los problemas. Ya casi llegamos a los 10 años desde la crisis financiera más grave que haya conocido el planeta desde 1929 y, por diversas razones, la recuperación global ha sido neciamente lenta. El desempleo sigue alto en algunas economías desarrolladas (especialmente en Europa), las presiones sociales y económicas están alimentando un flujo migratorio hacia los países desarrollados que ya han empezado a crear resentimientos, y los salarios de la mayoría de los empleados de cuello azul siguen estancados.

Presionados por la necesidad política de demostrar acción a los votantes, las clases dirigentes de todo el mundo respondieron a la crisis con una voracidad fiscal y reguladora sin precedentes. En el afán de recaudar más para pagar más programas, los impuestos han subido y la persecución contra la elusión legal de los tributos ha adquirido matices dramáticos alrededor del mundo, teniendo un efecto material en el apetito empresarial para ejecutar inversiones o posibles expansiones.

Por su lado, la retaliación regulatoria en materia bancaria ha tenido un efecto visible en la expansión del crédito. Todo esto, sumado a múltiples factores más han contribuido a ralentizar el crecimiento.

Sin los cucos habituales internos, los bancos y los empresarios, para usar como enemigos, el discurso político ahora ha recurrido a las excusas antiguas, los extranjeros, sean estos inmigrantes o simplemente socios comerciales en otros países, y por ende, la globalización.

Me gustaría creer que el actual proceso político de desglobalización sea revertido a tiempo antes de que empecemos a pagar las consecuencias. No fue fácil alcanzar lo logrado, y ahora luce demasiado fácil devolvernos al caos y la violencia que vivimos como humanidad antes de que iniciara todo este proceso en, nada más y nada menos, que 1945.

El Nacional

La Voz de Todos