Opinión

La gratitud

La gratitud

 Llegaron los años de la adolescencia y nos mudamos a la calle Estrelleta, apartamento propiedad de la madre de un entrañable amigo de nosotros: Miguel Cocco. Allí comenzó la transición, y los textos obligados en el colegio se convirtieron en hábito de un joven que compartía la sed por la lectura con el juego de baloncesto y una singular admiración por las dos estrellas establecidas de mi deporte preferido, que eran Hugo Cabrera y Winston Royal.

  Luis De Camps era uno de los líderes de la JRD y, con anterioridad, mi hogar había sido centro de reunión de la alianza MPD-PRD para el Acuerdo de Santiago, estaban dadas los condiciones para iniciarme en las lides políticas en el partido blanco. Mi primera experiencia en 1986 me dejó un trago amargo al sentir la deslealtad de un sector del partido que conspiró contra las posibilidades presidenciales de Jacobo Majluta.

  Al concluir mis estudios de derecho salí hacia  EU, y recuerdo con profunda gratitud las cartas de recomendación firmadas por mi profesor Jorge Subero y Abraham Hazoury que, combinadas al documento de respaldo financiero del doctor Peña Gómez, abrieron las compuertas a una de las etapas de mayor crecimiento personal y académico de mi vida.

  Ingresé al programa Teachers College, de Columbia Universty, y luego llegué a uno de los centros  de mayor reputación, New School for Social Research. Recuerdo  que, junto a la profesora de origen puertorriqueño Palmira Ríos, hicimos  los cabildeos para poner en agenda la comparecencia del líder del PRD en escenarios universitarios para validar a un hombre con  habilidad para conectar con los circuitos intelectuales y liberales estadounidenses. Básicamente, en el tránsito a unas elecciones en  1994 y  el proceso de presión posterior al fraude orquestado por el doctor Balaguer.

Desde mi llegada a Estados Unidos y mi relación sentimental con una puertorriqueña, me atrajo el mundo de las minorías étnicas y todo ese melting pot, porque la riqueza cultural del mundo latino en la ciudad de New York no tiene límites. Las tertulias con mi amiga cubana, Arminda Ramírez, y dominicanos de la diáspora como Silvio Torres Saillant, fueron de excelente ayuda. Además, los amigos dominicanos Sócrates Tejada, Bienvenido Pérez y Félix D Oleo me hacían las noches bohemias con tanta frecuencia que no me sentía distante del país.

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