Opinión

La libertad de expresión

La libertad de expresión

Orlando Gomez

El derecho a la libertad de expresión suele considerarse el más importante de todos los derechos humanos ya que este representa la principal herramienta en la defensa de todos los demás derechos. Ese derecho es tan poderoso en su ejecución más pura que todas las sociedades modernas se han visto haciendo malabares tratando de definirle límites para tratar de contener lo que a juicio de cada una resulten “expresiones nocivas”.

La República Dominicana no ha escapado a esa encrucijada, y con las heridas aún supurosas de la dictadura de Trujillo y los 12 años de Balaguer, el ejercicio de la libertad de expresión en nuestro país no sólo enfrenta barreras de naturaleza legal, sino que adicionalmente enfrenta muros culturales ya enraizados en la psiquis de los dominicanos.

Como sociedad y como individuos la mayoría de los dominicanos no hemos madurado en aceptar que el escuchar expresiones que no nos gustan o que nos resulten ofensivas es una realidad de la vida, y que responder como adolescentes molestos no es la manera de hacer frente al discurso que nos desagrade. La censura no reprime ideas, la censura crea mártires ideológicos.

Hay límites razonables que pueden considerarse para la libertad de expresión, como la emisión de pronunciamientos que pongan en peligro inminente a una persona o grupo de personas, lo que puede tener consideración de orden público; o la difamación, que siempre debería considerarse de naturaleza civil o privada.

Más allá de esos límites, el problema en reprimir de manera violenta o por vías de carácter legal sancionatorio cualquier discurso que nos parezca ofensivo o que simplemente “no nos guste” establece un precedente para futuras turbas o entes gubernamentales para definir el discurso que “no nos gusta” y libremente reprimirlo.

Creo en un derecho a la libertad de expresión cuasi-absoluto, donde todas las ideas y expresiones, malas y buenas, puedan estar a la vista del público y que cada quien pague las consecuencias reputacionales de ellas, sin temor a consecuencias físicas o represivas.

No tengo la menor duda que el mismo Juan Pablo Duarte, por quien hoy tantas personas se vienen rasgando las vestiduras, comprendió en su tiempo el valor de esa libertad. No por chanza la Trinitaria fue una sociedad secreta, ni por caprichos este se tomó la molestia de impulsar la Filantrópica y la Dramática.

Hace casi 200 años el fundador de la Patria vivió en carne propia la ausencia del derecho a la libertad de expresión y sus consecuencias, y que hoy se busque reprimir ese mismo derecho en su nombre no resulta más que un acto de vil hipocresía.

El derecho a ofender es ciertamente algo que me viene a la mente en este momento, pues es una de las controversias más latentes en el ejercicio de la libertad de expresión, y pienso referirme a eso en otro artículo. Pero por el momento no me queda más que reflexionar sobre el evidente miedo que tenemos los dominicanos de escucharnos los unos a los otros, y no se me ocurre otra cosa más lamentable.

El Nacional

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